Sentado frente a una experta en comunicación, dispuesta a potenciar la imagen de una figura emergente del espectáculo contribuyendo a modelar su perfil de la manera más conveniente, se le escapó no una sino varias veces el nombre de Antonio Banderas. Dejó entrever que le gustaría que su patrocinado proyectara el buen rollo y la energía del actor malagueño, sobre todo en lo que a la pasión por su tierra se refiere. Muy torero ha de ser, desde luego.

El año pasado en Semana Santa salía en coche de Málaga y ya había alcanzado Antequera cuando, en la información cofradiera de las emisoras, se hablaba más del chico Almodóvar que de los tronos propiamente dichos. Parecía que el que había entrado en Jerusalén era Antonio en lugar de Jesús por la devoción con la que los presentes se acercaban a él. Verdadera veneración como mucha gente sabe. Me veo concernido del fenómeno porque David, uno de mis chavales, concidió en un par de rodajes con él, con su niña Stella del Carmen y con la asistenta de ésta y, cuando conseguíamos sacarle algo, no sabía con cuál de todos quedarse porque hasta la asistenta es de película.

Respetando a los asesores de imagen, yo creo que estamos ante un don natural que luego no hay que dejar de trabajárselo, sino todo lo contrario. A mí por ejemplo, el galán me tocó la fibra con la oda que se marcó al recibir el título de Hijo predilecto de Andalucía. La recuerdo y se me pone la piel de gallina. La madre que lo parió. Y puede que se me hubiera puesto si, en lugar de Nervión, procediese de Hernani. Bueno, como de ocho apellido vascos no dispongo, igual estoy exagerando un poquito.

Ahora advierten que podría acabar con Sharon Stone. ¡Por Dios! Que pare de una vez, que esto ya es insufrible.