José Mujica, presidente de Uruguay, presidente realmente singular, se ha solidarizado con Luis Suárez. Ha sido un uruguayo más indignado por el excesivo castigo a su ídolo. No es el primer caso de un destacado político que se manifiesta por un hecho futbolístico. La historia de los Mundiales contiene acontecimientos que estuvieron protagonizados desde fuera de los estadios. Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, ha tenido que dar la cara por los escándalos financieros del campeonato, Angela Merkel se presentó en el palco para ver la primera victoria de Alemania y sin pudor alguno aplaudió los goles de su equipo y hay varios altos dirigentes que preparan su visita a Maracaná si su equipo disputa la final. Es lo que, probablemente, habría hecho Felipe VI si España hubiera llegado otra vez a feliz término. Su madre, la Reina Sofía, estuvo en Johanesburgo.

Benito Mussolini hizo cuanto pudo para que Italia ganara el Mundial del 34. Para ello fue preciso que su selección eliminara vergonzantemente a la española. Fue tal el escándalo arbitral que el protagonista, el suizo Mercet, fue castigado a perpetuidad por su federación. En Italia no tuvieron inconveniente en alinear a los primeros oriundos para reforzar su juego.

Hitler invadió Austria y la selección de este país quedó al margen del Mundial del 38. España no jugó a causa de la Guerra Civil y algunos jugadores austriacos fueron obligados a alinearse con Alemania. Cuando comenzó el torneo Suecia pasó sin disputar el primer encuentro. Se especificó que había ganado por incomparecencia de Austria.

Por razones políticas, en 1950, en Brasil, no participaron soviéticos y alemanes. Estos lo hicieron en el 54, en Suiza, y su victoria, 3-2, fue inesperada y sorprendente ante Hungría, que le había ganado en la primera ronda por 8-3. El éxito germano trascendió a lo deportivo. Alemania dividida y con tres selecciones, la Federal, la Democrática y el Sarre, era la nación derrotada y sobre la que pesaba, además, el estigma del cruel nazismo y la vergüenza de los campos de concentración. Los alemanes recobraron parte de su identidad y su orgullo nacional cuando los hermanos Walter, con Rhan y Morlock, vencieron a un equipo en el que jugaron Puskas, Czibor, Kocksis, Boszick, Hideguti, Grosic, Lantos o Zacarías que componían el mejor equipo del mundo.

El orgullo alemán con los Beckenbauer y sus compañeros no tuvo comparación con la admiración por los Walter y compañía. Sacaron al país de la humillación.

Gestos de tipo patriótico ha habido en otras ocasiones. Determinados hechos han creado en el país indignación general. Similar a la de Uruguay fue la de Argentina cuando en el Mundial del 66, en Inglaterra, fue expulsado Rattin, quien además, se negó a abandonar el terreno de juego inmediatamente con lo que el juego estuvo detenido durante ocho minutos. Hurts en fuera de juego marcó el gol del triunfo inglés. Los árbitros en aquella competición tuvieron participación directa. Los atropellos llegaron hasta la final. El suizo Dients validó un tanto inglés. El disparo de Hurts dio en el larguero. Ante la protesta de los alemanes el árbitro consultó con el juez de línea, el soviético Bakhramov quien dio validez a la jugada. Se dijo que se cobró una deuda pendiente con los germanos.

En 1974, en Alemania, comparecieron lo que se llamó las selecciones folclóricas. Fueron Zaire y Haití. La primera padeció la derrota mayor de los campeonatos. Yugoslavia le derrotó por 9-0 y se marchó sin un solo punto ni un solo gol. El presidente Mobutu Sese Seko, dijo que habían sido la vergüenza del país y la del guerrero que lucha victoria a victoria. Zaire acogió ese año el combate del siglo entre Foreman y Alí.

Haití no tuvo mayor fortuna. Perdió los tres partidos 3-1 con Italia, 7-0 con Polonia y 4-1 con Argentina. Al menos se anotó dos goles. Su debú no fue tan desastroso como el de Zaire.

En aquél Mundial, Alemania disputó dos finales. Ganó la que le enfrentó en Múnich a la famosa «naranja mecánica» holandesa, la del fútbol total y perdió la política, la que disputó en Hamburgo contra la selección de la República Democrática. Fue derrotada por 1-0, gol de Sparwasser. Los germanos no digirieron bien aquella derrota y pidieron cabezas y no hubo tal. La RDA logró el empate con Argentina en la segunda ronda. Fue la selección de Beckenbauer la que obtuvo el título.

En Alemania, la FIFA concedió el siguiente campeonato a Argentina. Fue triunfo del peronismo puesto que en aquellos momentos presidía Héctor José Campora. Los acontecimientos variaron el camino final porque quien gozó de la final y de los goles de Kempes fue el dictador Jorge Videla. Aquél campeonato sirvió para que una parte importante del país celebrara que la otra mitad, la de los desaparecidos y las madres de Mayo no aplaudieron. Solamente un futbolista argentino, Carrascosa, se negó a formar en la selección. «Yo no juego para los milicos» le dijo a Menoti.

En Madrid, en el 82, el presidente italiano, Sandro Pertini, se convirtió en tan protagonista del triunfo de su selección como los propios jugadores. Sus exclamaciones, sus celebraciones en el palco, sirvieron para portadas de periódicos de medio mundo. Con anterioridad, la prensa había dedicado cierta atención a las manifestaciones de la plaza de Tiananmen, en Pekín. Su selección aspiraba a clasificarse para el torneo de España y los aficionados salieron a la plaza de las posteriores reivindicaciones políticas en bicicleta y haciendo sonar sus timbres como máxima expresión de su forofismo.

Los siguientes mundiales no han tenido grandes manifestaciones de tipo político. No ha habido dictadores por medio. Ahora, los dirigentes se manifiestan a favor de sus equipos como simples aficionados. No exigen triunfos, No amenazan por las derrotas. La presidenta Dilma Rousseff necesita que gane su selección. Será el máximo beneficio moral. El económico lo tiene perdido ya que del crecimiento económico que estaba presupuestado en el 2,5 no parece que vaya a pasar del 1,8. El impacto económico es descorazonador.