Si hay algo que define el momento político que vivimos es asistir al resurgir de una izquierda proteica, es decir, inmersa en un proceso abierto de cambio de formas e ideas después de una etapa inercial y de crisis. Lo interesante de lo que pasa es que por fin pasa algo después de un periodo de rutina política en el que lo mejor del legado de la izquierda en estos años de democracia se ha visto oscurecido por una crisis que ha cambiado liderazgos, ha hecho surgir nuevos partidos políticos y nuevas expectativas electorales y hasta afectará también a la política de las alianzas.

La izquierda tiene un compromiso con la igualdad y éste se resiente hace años en las ideas, las políticas y en la definición de su modelo de sociedad. La crisis ha hecho que perdieran el sentido que tuvieron palabras otrora importantes como reformismo o incluso otras que rodeadas de la polémica, como tercera vía, estuvieron de moda. Por supuesto que hay debates, ideas y políticas pero hoy, están lejos de ser referencia inexcusable del imaginario social y colectivo. Simplificando mucho: la globalización, la revolución tecnológica y la crisis no han encontrado en el siglo XXI una respuesta sólida desde la izquierda. Las que se dan producen una tensión difícilmente superable entre un acercamiento excesivo al liberalismo o la decepcionante capacidad transformadora de las políticas de siempre.

Uno de los líderes de moda, Manuel Valls, primer ministro francés por el PSF realizó un buen diagnóstico cuando afirmó en una entrevista que «la izquierda reformista, socialdemócrata, tiene ante sí verdaderos desafíos en toda Europa, en particular los efectos de la globalización de la crisis del Estado de Bienestar. En un mundo que cambia no hemos sabido encontrar las respuestas adecuadas. Pero los valores siguen ahí: la indignación ante la pobreza, las desigualdades. Por eso, la izquierda puede morir si no se reinventa, si renuncia a gobernar, a participar en la construcción europea, si renuncia al progreso. A un progreso económico, social, educativo, energético».

El peligro de los líderes de esa izquierda, como Manuel Valls o Matteo Renzi no es su reformismo, en este caso, para Francia o para Italia, respectivamente, sino demostrar que las consecuencias de sus políticas son realmente progresistas y no caen en un social-liberalismo inevitable, esta vez justificado por la crisis. Este es uno de los retos que tiene Pedro Sánchez, que este fin de semana será el nuevo secretario general del PSOE que saldrá de su congreso extraordinario. Él ha señalado como referentes a Felipe Gonzalez y a Matteo Renzi de su política futura. Pedro Sánchez tiene una misión difícil: construir un proyecto político socialdemócrata ilusionante para la ciudadanía en una sociedad que no sólo debe salir de la crisis si no también recomponer el vigor cívico, político, institucional y democrático, además de la redefinición de nuestro modelo territorial.

Todo ello, además con la competencia de una izquierda proteica distinta, la de Podemos, que tiene que conjugar unas quizás desproporcionadas expectativas con su paulatina definición como modelo de partido junto con una política de alianzas que parece caminar hacia IU y en una línea algo diferente, la creación de la plataforma Guanyem Barcelona, heredera del ejemplo ético, político y social de la PAH (Plataforma de Afectados por las Hipotecas).

El problema de Pedro Sánchez y de los nuevos líderes de esa izquierda proteica es su equilibrio entre nueva y vieja política, su definición renovadora del proyecto de la izquierda, su definición del espacio político propio con poco tiempo para construirlo y, ello, en un contexto de una competencia por el voto mucho mayor que en elecciones anteriores.

En una palabra, caminar con inteligencia sobre el mapa de esa izquierda proteica y luego conseguir ganar al PP. Difícil pero interesante. Veremos. .