El Círculo Mercantil de Málaga, fundado en 1862 y aún vivo gracias al empeño de un reducido pero notable grupo de empresarios malagueños, invitó el pasado viernes a Ramón Jáuregui a su almuerzo coloquio mensual. También nos invitaron, muy amablemente, a Trinidad Jiménez y a quien les escribe, que pudimos así disfrutar de una intervención memorable de uno de los más queridos hombres de Estado del socialismo español.

Jáuregui vino a hablar de Europa, pero también habló, mucho y bien, de Cataluña. Frente a los extremistas de la unidad de España que proponen cosas imposibles, Jáuregui aportó mesura, experiencia, sentido común y un análisis muy contundente de una realidad compleja. Por ejemplo, explicó que el referéndum de Escocia ha dado alas a la causa catalana, a pesar de la derrota del Sí, y que en Europa no se entiende que en Cataluña no se pueda votar. Y también dijo que frente a la situación del País Vasco, un espacio pequeño que además quiere anexionarse tres provincias francesas y a Navarra, Cataluña tiene una fuerte identidad propia, diez millones de personas que hablan el idioma, y una ciudad global que les da proyección mediática, como es Barcelona. Así que hay que tener mucho cuidado, porque lo que pensamos en el resto de España no es ni de lejos compartido por la sociedad europea, mal que nos pese.

Jáuregui, al igual que el PSOE, aboga por el diálogo, y desde luego los socialistas en esto ya hemos manifestado nuestra absoluta lealtad hacia el Gobierno de España. Una posición muy diferente a la que mantuvo el PP en situaciones de gravedad vividas cuando no gobernaban. El patriotismo no se demuestra gritando, sino que se prueba a través de la lealtad a las instituciones. El Gobierno de España convocó ayer lunes un Consejo de Ministros extraordinario y el PSOE anunció su apoyo total a los recursos presentados por el Gobierno para frenar la consulta catalana.

Queda poco más de un mes para que llegue el 9 de noviembre y se acumulan en la mesa decenas de preguntas sin respuesta. La acción del Gobierno debe hacerse dentro de los márgenes de la Ley, el presidente aboga por el diálogo. Pero todo parece indicar que una solución dialogada provocaría dos cosas. En primer lugar, la convocatoria de elecciones anticipadas en Cataluña. Unas elecciones que si fueran como un plebiscito -es decir, que si se votara como en la consulta no celebrada- podría dar a los partidos independentistas una «fuerza democrática», en certera expresión de Jáuregui, que habría que saber gestionar.

La otra consecuencia del diálogo pasa por buscar una solución dando un trato diferencial a Cataluña que se resolvería mejorando su financiación y tapando los boquetes de su propio autogobierno. Una suerte de equiparación al País Vasco y Navarra, para entendernos. En este caso, desde Andalucía también existen motivos para una fuerte preocupación. Esta solución exige diálogo multilateral, no sólo entre el Gobierno de España y la Generalitat, sino entre todas las comunidades autónomas que se verían afectadas por el cambio encubierto de modelo. Porque de lo que se estaría hablando es de cambiar un sistema autonómico basado en la solidaridad por un nuevo sistema más preocupado por la singularidad. Y ese camino no puede hacerse sin contar con Andalucía, ya que lo contrario supondría un brusco retorno al año 1980. Una papeleta difícil que exige escuchar a los más sabios, y hacerles caso.