Hace poco leí en un par de medios que el Instituto Municipal del Libro de Málaga (el IML) es «un órgano completamente inútil e innecesario», una afirmación que me entristeció porque, según mi opinión, los diez años acabados de cumplir del IML son un ejemplo de lo que se pueden hacer con escaso presupuesto y excelentes profesionales. Un ejemplo del que pueden presumir muy pocos lugares de España, donde la crisis económica y la generalizada insensibilidad de sus rectores ha ido dejando caer muchos de los bastiones culturales de este país, empezando por el propio Ministerio de Cultura, convertido en Secretaría de Estado para dejar claro que esto, la cultura, en efecto, importa poco. Málaga, muy al contrario, lleva década y media apostando de manera decidida por un modelo de ciudad donde la cultura sea cada vez más relevante como motor económico y, sobre todo, como motor social. Ahí están los nuevos museos abiertos o por abrir, el festival de cine, la incesante actividad de literaria que generan la Diputación o el Ayuntamiento, la Noche en Blanco, las Fundaciones (Pérez Estrada, Alcántara, la Casa Brenan), el Ateneo, las editoriales de capital privado (Zut, Confluencias, E.D.A, Luces de Gálibo) apoyadas puntualmente por capital público, los ciclos de música y de teatro, etc. Otras cosas se han hecho mal, eso es cierto e incluso, en algunos casos, denunciable, pero esta progresiva eclosión cultural, cada vez más visible y respetada fuera de aquí sin importar al partido al que uno pertenezca o la ideología que tenga, es un legado del que hay que estar orgulloso y que hay que defender.

En el caso del IML el balance de estos diez años es espectacular. Veamos algunas cifras: casi 700 invitados, más de 100 autores que han participado en el programa de Fomento a la Lectura en institutos y centros de enseñanza media, 25 libros de la colección «El violín de Ingres», 35 pliegos de poesía conmemorativos del ciclo «La esquina interior», ediciones y coediciones (Edgar Neville, Gerald Brenan, Jean Cocteau, Alejandro Sawa, Jane Bowles, poesía emergente, etc.), varios años de celebración de seminarios de gran éxito como el de «Poesía del rock», clases magistrales (Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Bryce Echenique, Luis Alberto de Cuenca, Argullol, Regás, Soler, Clara Janés, de Villena, María Victoria Atencia, García Baena, Canales, etc.), el éxito internacional de los actos consagrados en Málaga y en Tánger a las figuras de Jane y Paul Bowles, congresos sobre Ortega y Gasset, Cocteau, Hemingway, el Futurismo o Pérez Estrada, los muy consolidados y prestigiosos premios Málaga de novela y de ensayo, su participación en la Feria del Libro, etc.

Lo anterior son números y balances objetivos. También lo es el hecho de que su director durante todo este período, el novelista, poeta, comisario y crítico de arte y gestor cultural de larga trayectoria Alfredo Taján, haya conseguido poner en pie todo eso con la única ayuda de un técnico y de una secretaria que esporádicamente son auxiliados por becarios que proporcionan la Universidad o la Junta de Andalucía. Y que lo hayan hecho con un presupuesto que han ido menguando poco a poco (para este año es de 67.000 euros) y con unos salarios que son de los más bajos de todas las gerencias y puestos municipales, datos que son de acceso público.

Se puede discrepar, algo legítimo, sobre la orientación del proyecto del IML, pero no se puede ignorar el hecho de que ha hecho milagros con los recursos a su disposición y que gracias a su labor Málaga es, diez años después, una ciudad más culta y más universal.