De norte a sur, de este a oeste, el brillo de Inglaterra se mantuvo durante más de doscientos años sin que grandes cismas afectaran a su prestigio. Fue un claro precedente del soft power americano, ese poder suave que penetra a las naciones hasta el tuétano, trazando un marco imperceptible en cuyos límites se contiene la civilización. Los pueblos aman aquello que sienten que los ensalza, ya sea la distinción del esnob o el mimetismo gregario. Así, el amor por lo inglés, la anglofilia como carácter, describirá hasta bien entrado el siglo XX la esencia del buen gusto, del saber estar y del fair play. Definirá incluso la hombría, en el sentido singular que asociamos a la flemática personalidad de un gentleman. Si para Kazantzakis - cito a Ignacio Peyró en Pompa y circunstancia -, el tono característico de cualquier caballero inglés incluía «el movimiento de una mano, el tono de la voz, un aire al andar, un modo de vestir, de comer, de divertirse, «esa intensidad fría e insuperable con que ama el campo, el juego, las mujeres, los caballos o el Times», para el cardenal Newman la definición se ampliaría hasta circunscribirse al ámbito preciso de la bondad: «Un gentleman -anotó en 1865- es quien nunca causa daño». Oscar Wilde, más irónico, aunque no menos british, aclaró que el auténtico caballero «nunca ofende sin intención». Sería, finalmente, nuestro Lorenzo Villalonga quien hispanizara la acepción, recomendando que sean los gañanes quienes traten con gañanes.

Como todos los grandes exponentes de civilización a lo largo de la historia, la luz inglesa ha perdurado más allá de los límites temporales de su imperio. Comprueben el poso de sus instituciones parlamentarias, de las que la Europa postotalitaria no deja de ser, en gran medida, heredera. O el eco perenne de la novela decimonónica -Jane Austen, pongamos por caso, o Charles Dickens- sobre la que se articula el arte de la narración. Incluso, si nos propusiésemos retratar sin piedad a nuestra época, el tránsito de Laurence Olivier a David Beckham revelaría con asombrosa exactitud lo que se ha perdido por el camino. Será un historiador tan penetrante como el húngaro John Lukacs quien nos recuerde que, durante la II Guerra Mundial, la anglofilia de los soldados aliados reflejaba «el respeto y el anhelo por los ideales que han definido lo mejor de la humanidad». Y señalaba, con cierto pesimismo, que «uno de los grandes libros que todavía no se ha escrito es el de la anglomanía». Aunque muchos -de Ian Buruma, por ejemplo, a Roger Scruton- lo han intentado en grado distinto de ambición, ninguno de ellos alcanza el vuelo - ni la meticulosidad - de Ignacio Peyró con su reciente Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola, 2014).

Evitar los elogios desmedidos no supone hablar en tono menor. Nos encontramos ante una obra monumental, un ensayo de fondo de armario, con vocación alejandrina y aliento europeo, que se nutre de miles de lecturas y de un sentido del humor a la altura del desafío. Leyendo Pompa y circunstancia situamos el anecdotario en ese punto justo donde aguarda la arquitectura multiforme, intangible como la niebla, extravagante y serena de lo inglés. Aprendemos a preparar un Pink Gin con la receta del novelista Kingsley Amis o descubrimos que Churchill, como tantos otros antes y después de él, empleaba el champagne -en su caso, Pol Roger- como un «restitutivo». De los Aston Martin a los autobuses londinenses, del corte de pelo en Trumper´s a las Mitford, Peyró desgrana con rigor taxonómico el abecedario de la Inglaterra eterna. De este modo, recuerda que los clubs «siempre se han regido según la vieja máxima ovidiana de que el hombre ha de buscar a sus amigos entre sus iguales» y que, en los mismos, «la rareza propia se suma a la ajena y todas se protegen hasta convertirse en invisible». Evoca que «la moral del gentleman es como una lengua materna que uno recibe y pondrá en práctica aun cuando no logre explicar su gramática». Y subraya, en fin, que la anglofilia marca uno de los solares antiguos de Europa, uno de sus territorios más fértiles.