Si Montesquieu volviera al mundo, podría ser cualquier cosa menos un buen chef culinario. Los grandes manjares de su «Espíritu de las leyes», los poderes legislativo, ejecutivo y judicial ejercidos por personas rigurosamentre distintas e independientes entre sí, tiende a convertirse en una sopa de restos compartida por comensales de las tres áreas. Hoy existen más poderes que los inspirados hace tres siglos al influyente barón por el modelo ya imperante en la Inglaterra de entonces. Pero la tendencia a mezclarse en el mismo caldo está indiferenciando su función, además de frustrar los objetivos definidos por el ilustre pensador francés: «Es preciso que, por la disposición de las cosas, el poder frene al poder»; «la política debe someterse a la soberanía de la ley», etc. etc.

La partitocracia deroga de hecho la separación de poderes cuando algunos gobernantes, parlamentarios e incluso jueces y fiscales, comparten ideología, militancia y disciplina. La corrupción aporta a la sopa un nuevo «tropezón»: el de la complicidad para eludir el castigo, desviarlo o eternizar su investigación. Y cuando vemos a un prestigioso fiscal general del Estado resignar el cargo tras el fracaso en la defensa de la independencia de su ministerio; o a un ministro del Interior criticar acervamente, más allá del acatamiento forzoso, una sentencia tal vez injusta pero atenida a la ley (como la de liberación de etarras, porque la propia ley es defectuosa y no ha sido democráticamente reformada); o a los jueces incómodos que son empujados fuera de la Judicatura o alejados de su función instructora con pretextos burocráticos, es fácil entender que la filosofía de Montesquieu está tan muerta y enterrada como él.

El mal deriva en gran parte de la mala práctica de los poderes, pero también está en el sistema. Cualquier debilidad o imprevisión en el principio de independencia se convierte en desagüe de ambiciosos, abusones y aprovechados, siempre dispuestos a frenar a los demás y nunca a dejarse frenar. Hace mucho tiempo que conocemos los fallos de las listas bloqueadas y no se da un solo paso para ir a listas abiertas, personalizar el compromiso representativo y afianzar su independencia en parlamentos y órganos locales, En los últimos años hemos visto ciertos paralelismos entre designios ejecutivos y sentencias judiciales, unos entendibles y otros alarmantes. La necesaria autonomía del juez se pone en cuestión cada vez que contradice los designios del Gobierno sin que pase nada. Y lo que sí está pasando es que la sopa de poderes huele mal y empieza a dar asco...