Corre por ahí una teoría conspirativa que atribuye la eclosión de Pablo Iglesias y su Podemos a una estratagema diseñada por el mismísimo Partido Popular. De acuerdo con esta hipótesis, algún discípulo de Maquiavelo al servicio de los conservadores habría maquinado el artificio de un partido que, a modo de cuña, debilitase al PSOE y a la izquierda en general.

Para ello, el partido gubernamental le habría facilitado a Iglesias -magnífico orador- el acceso a espacios de hora punta de audiencia en La Sexta y La Cuatro, cadenas del gran capital que así parecen cumplir la máxima de Lenin: «Con tal de hacer dinero, un capitalista vendería la soga que le ahorcase».

El experimento se les fue de las manos a los aprendices de brujo que lo habían puesto en marcha, a juzgar por las extraordinarias expectativas de voto que la magia de la tele y el cabreo derivado de la crisis han abierto a Podemos. El genio escapó de la lámpara de Aladino o, por decirlo con alusión literaria más reciente, el monstruo ha cobrado vida propia y amenaza incluso las posibilidades electorales del doctor Frankenstein que lo creó.

Ahora que la criatura ha ganado inesperadas proporciones, sus supuestos forjadores tratarían de devolverla al interior de la lámpara: tarea acaso tan quimérica como la de volver a meter la pasta dentífrica en su tubo. Cuentan en efecto los enterados de la Corte que el Gobierno del PP, harto de ver cómo los penenes de Podemos imparten doctrina a diario en La Sexta Noche y en Las Mañanas de la Cuatro, estaría preparando medidas de choque para deshacer el entuerto.

Dado que la televisión es en España un duopolio en el que Atresmedia y la Mediaset de Silvio Berlusconi concentran más del 80% de la facturación publicitaria, la idea del Gobierno consistiría en devolver por decreto a Televisión Española la potestad de difundir anuncios. Sobra decir que tal decisión minoraría notablemente las ganancias de los canales privados, con lo que ese golpe duele en la muy sensible víscera de los beneficios.

De momento, el Rasputín de La Moncloa -quienquiera que sea- está dejando caer la hipótesis en forma de mera amenaza disuasoria; pero a poco que Podemos siga creciendo en las encuestas, las palabras podrían convertirse en hechos.

Espinosa cuestión la que se plantearía -de ser cierto el caso- a las empresas que llevan casi un año dando aliento y votos a un partido muy poco partidario de la existencia de medios informativos del capital como Antena 3, La Cuatro, Telecinco o la Sexta. Malo si el Gobierno, en su desesperación, opta por lanzar la artillería del BOE contra sus balances de beneficios; y peor aún si triunfan sus políticos patrocinados y, nada más llegar al poder, les aplican al pie de la letra -y de la soga- su programa.

La batalla que estos días se libra en el espectro electromagnético no hace sino confirmar el carácter de instrumento levemente divino que adorna a la tele: un medio capaz de crear la realidad a partir de la nada (o de Rosa Benito, que viene a ser lo mismo). Los políticos han descubierto que un programa de televisión vale al cambio lo que mil programas electorales: y todos ellos, incluidos los del Gobierno, están procediendo en consecuencia. Entre conspiraciones más o menos vagarosas y luchas a muerte en los platós, las próximas elecciones van a ser las más divertidas de la historia.