Ríanse ustedes de nuestra casta, ríanse de la corrupción en Valencia, en Cataluña, en Andalucía, en Madrid y otros lugares. Sin que ello sirva ni mucho menos de consuelo, parece ser nada si se compara con lo que soportan nuestros socios italianos.

Está, por ejemplo, el baile de los tránsfugas, que ha alcanzado entre nuestros vecinos proporciones difícilmente tolerables. Sólo en la actual legislatura totalizan 160, entre los 81 de la Cámara de Diputados y 79 en el Senado, con lo que en año y medio se ha igualado ya el récord de la anterior.

Sólo que, comentaba un analista político de ese país, en la legislatura anterior los 160 que traicionaron a sus partidos estuvieron al menos expuestos al escarnio público mientras que ahora «hasta les cuelgan una medalla». Se ha perdido, por lo que parece, toda capacidad de indignación ante esa burla de la democracia.

Y es que como dice un aforismo de Ennio Flaiano, famoso periodista y escritor que conoce muy bien a sus compatriotas, «el italiano acude siempre en socorro del vencedor».

Pero está sobre todo el escándalo de la mafia, que ha llegado al corazón mismo del sistema político y ha hecho escribir a otro comentarista del semanario L´Espresso, que lleva semanas denunciando ese fenómeno, que las últimas investigaciones ponen de relieve que en Italia «la corrupción no es la excepción, sino la regla».

«No se trata de algunas manzanas podridas. La única duda es si queda alguna sana», escribe Luigi Zingales, según el cual «por duras que sean las leyes y eficaces los controles, si se acepta la corrupción como inevitable, será imposible de erradicar».

El llamado clan Carminati, al que da nombre el ex terrorista de extrema derecha y capo mafioso Massimo Carminati, ha extendido sus tentáculos por todo el país y sus actividades demuestran que la «malavita», como la llaman los italianos, ha encontrado nuevas fuentes de lucro.

Como ha reconocido Salvatorie Buzzi, brazo derecho de Carminati, con los inmigrantes se gana más que con el tráfico de drogas. Gracias a sus contactos con algunos jefes de la policía y la protección civil, los mafiosos consiguen la acreditación de centros de acogida de extranjeros. Cada persona que allí alojan vale 35 euros al día, y cada uno de esos centros se llena rápidamente gracias a la operación Mare Nostrum.

A la gestión de esos centros de acogida y de los campamentos para los gitanos del Este de Europa se suman otros escándalos relacionados con las contratas para la limpieza de ricos terrenos agrícolas como los de la región de Campania previamente envenenados por la propia Mafia con los residuos tóxicos de la industria del Norte de Italia.

Primero los envenenan y luego pretenden encargarse de la limpieza: un negocio redondo denunciado entre otros por el escritor Alberto Saviano, el autor de Camorra.

El mayor problema, explica Raffaele Cantone, la persona al frente de la Autoridad Nacional Anticorrupción, es que el clan de Carminati ha conseguido poner a sueldo a políticos, aprovechándose de que no existen ya partidos, sino sólo «grupitos que operan en provecho propio, que utilizan al partido únicamente para construir su propia carrera». Es la descomposición de la política.

La mafia, dice Cantone, no se dedica ya sólo al sector inmobiliario, sino que acude a cualquier parte donde haya mucho dinero que ganar, y sobre todo apunta a sectores donde el control es muy laxo y la transparencia, mínima, como el mantenimiento de los parques y jardines, la limpieza de las calles o los centros de inmigrantes.