Del autor de «Las elecciones estadounidenses de 2008 se librarán entre Hillary Clinton y Condoleezza Rice», llega ahora el castizo «Soraya contra Susana» con pretensiones de vaticinio de las elecciones españolas de 2015. El anunciado menú de Rajoy contra su futuro socio Pedro Sánchez no solo se ve afectado por la irrupción en tropel de Podemos, sino por las ambiciones desatadas de la vicepresidenta del Gobierno y la presidenta de Andalucía. Si Soraya Sáenz de Santamaría acumula un poder estatal omnímodo pero sin concreción territorial, Susana Díaz gobierna la región más extensa y monocolor.

En fin, Hillary Clinton acabará siendo candidata demócrata a la Casa Blanca con solo ocho años de retraso respecto del pronóstico semifallido. Más cerca, Soraya y Susana comparten el pecado original de que jamás han encabezado una lista electoral. De nuevo, asumen ingentes responsabilidades por la digitación sucesoria de sus jefes. Cuando se recuerda que han sido nombradas respectivamente por Rajoy y Griñán, dos políticos cuya suma de valoraciones no alcanza el aprobado, se enfría notablemente la temperatura del duelo y la calidad de las contendientes. Al comparar el pujante dúo con otros aspirantes difuminados, Esperanza Aguirre obtuvo resultados estratosféricos como cabeza de cartel en Madrid, aunque su eco se amortigua en proporción al alejamiento de la capital.

En este país de nuevos ricos ideológicos, todo el mundo quiere ser de Podemos como mínimo. Sin embargo, cabe prestar una modesta atención al devaluado clásico PP/PSOE, con líderes notoriamente chamuscados. Sáenz de Santamaría cumplimenta el guión de Eva al desnudo, la discreta número dos que concentra el poder en la sombra hasta que considera llegado el momento de catapultarse por encima del teórico primer actor de la compañía. La vicepresidenta de casi todo utiliza técnicas de promoción indirecta, de proclamación por defecto de liderazgo. Su circunstancia es tan habitual que se limita a reproducir la inversión de papeles que volcó el tándem formado por Zapatero y Rubalcaba. Una vez que el vicepresidente socialista acumuló la energía de activación suministrada por el entonces presidente, aprovechó el impulso para decapitarlo y autoinvestirse piloto de la catástrofe en ciernes. Con la particularidad de que Rajoy se ha desgastado más que su predecesor.

La cabriola de Susana Díaz resulta más estrambótica. Su ascensión en Andalucía la predisponía a asumir la secretaría general socialista si así lo estimaba procedente. Declinó en un perdedor para no perder. Ahora se apea de su resignación simulada y reivindica que el sur también existe desde su califato desafiante a Ferraz. El súbito advenimiento de una vocación de liderazgo estatal discurre en paralelo a la evaluación de los sondeos electorales. El triple empate entre PP, PSOE y Podemos, que ningún tribunal demoscópico acierta a desentrañar, engatusa a los socialistas con la diabólica fascinación de la bisagra. Pedro Sánchez podría acabar tercero y decidir el Gobierno, o coronarse incluso a través de una castiza Grosse Koalition. Es decir, la peor noticia para Susana, que se apresura a neutralizarla postulándose entre bastidores.

Desde la perspectiva imagológica, Soraya y Susana exhiben una confianza infinita en sus posibilidades. La seguridad es más importante que la capacidad, sobre todo en política. Tener por encima a Rajoy y Pedro Sánchez también ayuda. Entregadas ambas gobernantes a la disputa electoral, cuesta decidir cuál tiene más posibilidades de encabezar la lista de su partido. El actual inquilino de La Moncloa sigue siendo el único presidente del Gobierno que ha perdido más elecciones de las que ha ganado. Ha de mantenerse en la competición para enjugar este déficit, pero se le advierte incómodo cuando se le obliga a reafirmar su continuidad. El secretario socialista vigente ha de liberarse del complejo de Hernández Mancha, sacrificado por el antiguo PP sin concederle la oportunidad de un asalto a La Moncloa que además hubiera perdido. Por un estrecho margen, Díaz lo tiene más fácil que Sáenz de Santamaría. Sin embargo, ambas suscitan recelos mayúsculos en el seno de formaciones afectadas por un gigantismo al borde del desmoronamiento. La suerte de Soraya y Susana es incierta aunque triunfen en su asalto a la titularidad de PP y PSOE. Por culpa de Podemos, hasta el más acendrado burgués se siente hoy un revolucionario.