No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán. Y esto podría aplicarse a la Alemania de Angela Merkel cuando se niega empecinadamente a reconocer los desastres que su egoísta política de austeridad por encima de todo está provocando en el sur de Europa.

El cristianodemócrata Wolfgang Schäuble ha conseguido finalmente su objetivo de pasar a la historia como el ministro que logró el déficit cero para su país, pero no debe esperar que le aplaudamos desde el Mediterráneo.

Si nos olvidamos de los «minijobs» y otras «minucias» del modelo neoliberal imperante también allí, Alemania puede provocar envidia con sus datos económicos y laborales. Así en octubre se superó por primera vez la cifra de 43 millones de personas trabajando en los distintos sectores de la economía.

Por otro lado, las estadísticas indican que desde hace años aumenta la semana laboral media de quienes disfrutan allí de pleno empleo y que está ya en 42,8 horas mientras aumentan las horas extraordinarias hasta el punto de que muchos trabajadores expresan el deseo de que el nuevo año les traiga menos estrés laboral.

Pero mientras la industria alemana va, a lo que parece, viento en popa gracias -hay que reconocerlo- a la laboriosidad y creatividad de ese pueblo, sus socios europeos encuentran cada vez más dificultades para ganar competitividad fuera si no es a través de devaluaciones salariales.

La egoísta política que practica la coalición entre cristianodemócratas y socialdemócratas germanos enriquece a ese país mientras empobrece a sus vecinos, lo que más tarde o más temprano terminará afectando también a sus exportaciones pues sus vecinos son también sus principales socios comerciales y han contribuido año tras año a sus superávits por cuenta corriente.

Alemania ha sabido aprovecharse durante los últimos años no sólo de su posición central en Europa sino sobre todo de un euro que parece hecho a su medida y que al mismo tiempo ha impedido a los países más débiles devaluar, como hacían antes, sus monedas nacionales para mejor competir fuera.

Pero como advierte el filósofo italiano Paolo Flores d´Arcais, mientras unos países sirvan sólo de reserva laboral para empresas que hunden los sueldos y externalizan además sus fábricas a países de mano de obra más barata, «no habrá futuro para Europa».

Sólo una política expansiva de corte neokeynesiano, sólo la renuncia a esa austeridad por encima de todo a la que no parecen importar sus consecuencias sociales y políticas -como el fortalecimiento de la extrema derecha- podrá sacar a la Europa del Sur del círculo vicioso en que está inmersa.

De nada sirve pretender castigar a sus pueblos por haber vivido supuestamente por encima de sus posibilidades cuando la realidad es que empresas y bancos de Alemania y otros países de la Europa del Norte se han estado lucrando con esas políticas basadas en un estímulo irresponsable del consumo privado alentado desde un poder muchas veces corrupto.

Y el peor servicio que se puede hacer ahora a la democracia europea es tratar de salvar como sea a los causantes de esos desastres mientras se chantajea a los votantes y se anatemiza a partidos que pretenden frenar los recortes, corregir pasados y presentes abusos y exigir además responsabilidades.

Sólo una vuelta, cada vez más difícil, a la idea original de una Europa democrática y solidaria, que tan distante parece de la que hoy tenemos ante nuestros ojos, podrá conjurar el peligro de que se extiendan la xenofobia, el nacionalismo y los extremismos, que tantas tragedias han causado en nuestro continente.