El marqués de Larios está malito. Lo contaba ayer Alfonso Vázquez en este periódico. Lo tienen ahí, a la salida del parking de la Marina, contaminándose de humo y tal vez tragando los vapores malignos que exhala el mal humor que da pagar en uno de los aparcamientos públicos más caros de Europa. Al marqués lo tiraron al río en el 31 un grupo de republicanotes y sustituyeron su estatua por una alegoría del trabajo. Que está también por cierto fané y descangallada, ajada, filtrada de humedades. Una alegoría del trabajo, En España, ni puede ser alegoría ni puede estar sana. Ayer salieron cifras de paro y la cosa mejora levemente pero hay más parados y menos población activa que cuando entró a gobernar Rajoy, hombre al que nadie va a hacer nunca una estatua. Un presidente del Gobierno tiene estatua en Málaga: Cánovas. Estatua extraña, deteriorada como su casa natal, que apenas existe, ahí en la calle Nuño Gómez. A Cánovas le pusieron estatua por malagueño, no por consenso político. Azaña tiene una plaza, que no se la pusieron los republicanos y sobre el que los franquistas deslizaron casi cuarenta años de infamias y calumnias. La estatua del marqués la hizo Benlliure, que en sus últimos años de vida restauró ya el conjunto escultórico que ha sido objeto frecuente de vandalismo, iras políticas, protestas o lanzamiento de tomates y huevos. La Fundación Benlliure alerta del deterioro y pide un nuevo emplazamiento o un mayor cuidado. El monumento fue costeado por suscripción popular e inaugurado el primero de enero de 1899 para homenajear a Manuel Domingo Larios y Larios, segundo marqués de Larios, fallecido cuatro años antes. Lo que han cambiado los tiempos. Cualquiera pide hoy en una cuestación popular para una estatua de un marqués. A los españoles, después de erigir estatuas, lo que más nos gusta es derribarlas o pedir que las quiten. Lo mismo con las calles. Cuando en Madrid le quitaron la avenida al general Goded uno de sus descendientes dijo con sorna: si pasara a llamarse avenida de Lenin o de la libertad, lo entendería, pero no es justo que se vaya a llamar general Arrando. Cualquier día la estatua se cae a pedazos y entonces podemos hacer con sus restos un monumento a la dejadez o la desidia, tal vez con una columnilla desdentada de los Baños del Carmen, un trozo del Cortijo Jurado, la alegoría del trabajo por encima y un cacho de la antigua cárcel. En el solar del Astoria, por ejemplo. Tendría guasa que un alcalde de Podemos fuera el reformador de la estatua del señor marqués.