Igual si Cristina Pedroche condujera Redes no se hubiese abierto el vestido para enseñar las bragas durante la retransmisión de las campanadas porque nadie le habría encargado el trabajo. Y si la presentadora de Zapeando no se hubiese puesto un vestido transparente tal vez La Sexta habría fracasado en su intento de rebasar en audiencia a la madre de todas las mamachichos, Telecinco, en el tránsito hacia 2015. O tal vez era 1975, con sus landismos y sus destapes. Cristina Pedroche hizo su papel de tía buena que se exhibe y a los pocos días reivindicó el derecho de las mujeres a «ponerse lo que quieran». Ahí fue más transparente «las feministas feas me tienen manía». No hija, tú no te pones lo que quieres, sino lo que te mandan los mismos que llenan de mujeres guapas y hombres listos la parrilla: algo ligerito. El derecho a enseñar las bragas no existe, no seas cretina. El derecho a que no haga falta enseñar las bragas para trabajar es la única aspiración que vale la pena, lo sabrías si escucharas a los eminentes tertulianos de Tu compañero no necesitó mostrar los calzoncillos.

Yo me comí las uvas en compañía de esa Anne Igartiburu que temblaba en su vestidito rojo de Lorenzo Caprile, y le decía a Ramón García que envidiaba su casposa capa española. ¿Perdería audiencia la cadena pública si el gran Caprile en lugar de un traje de noche diseñase un chaquetón para 2016? Lo de desabrigarse en invierno para estar monas se ha convertido en una moda que siguen desde las adolescentes palmesanas para ir de fiesta, a doña Letizia en la Pascua Militar, con su vestido largo y a cuerpo valiente en pleno enero capitalino. Rodeada la reina de uniformes bien forrados, y las chicas de amigos muy pertrechados porque no precisan ni mostrar ni demostrar nada. Qué comportamiento tan absurdo el de las heladas comparsas presentes y futuras, qué necesidad hay. A ver si vuelve la moda de los calentadores, que eran tan feos pero al menos cumplían una confortable función acorde con la estación.