El dios Google colocaba el jueves un lazo negro conmemorativo de Charlie Hebdo en países europeos, pero se abstenía del gesto solidario en las búsquedas procedentes de Turquía o en la edición del buscador en árabe. Muy conveniente. Cuando se ha escrito que el islamismo mata a los herederos de Voltaire, conviene ampliar que el autor de Cándido pero también de Zadig estrena el término «islamismo», al que otorga un significado benévolo que no se enturbiaría hasta avanzado el siglo XX. Para entonces, el erudito Bernard Lewis se ve obligado a concluir en su rigor británico que «todo musulmán es en esencia un fundamentalista», por su adhesión literal al Corán.

Con los cadáveres todavía calientes, el infalible New York Times recordaba el miércoles en su primer párrafo que el director asesinado de Charlie Hebdo se empeñaba en polémicas «que otros creían innecesarias». Un ejemplo de mal periodismo, sin enumerar las batallas presuntamente baldías ni identificar a los «otros». Por no hablar de la apelación implícita de la dama gris a una censura que imponga a la prensa lo «necesario», para más inri a una revista satírica. Los gobernantes y los popes de la información han celebrado al semanario francés a regañadientes. Han tenido más miramientos con los sectores adyacentes a la acción terrorista que con los asesinados.

El Daily Telegraph londinense pixela las caricaturas de Mahoma. Camuflar dibujos debe ser un paso previo a difuminar el rostro de animales. Los gurús mediáticos operan en sintonía con el perentorio Obama, o con la Merkel de la mirada cargada de reproche contra los periodistas que la interrogaban. Los líderes mundiales se hubieran sentido más confortables si un pelotón de dibujantes de Charlie Hebdo hubiera trocado los lápices por kalashnikov, para acribillar a continuación a miembros del Estado Islámico. Los estadistas habrían expresado así su sentida condolencia con los fallecidos, después de denigrar abiertamente los excesos mediáticos que con periodistas asesinados solo se atreven a insinuar. Los caricaturistas de la revista francesa siguen importunando después de muertos. Es decir, siguen cumpliendo con su misión.

Durante toda la jornada del atentado, la edición digital de Le Monde logró componer una docena de titulares simultáneos. Con la particularidad de que en los epígrafes no aparecía ni uno solo de los términos de una matanza consumada al grito de «Alá es grande» y de «Vais a pagar por lo que le habéis hecho a Mahoma», perpetrada por integristas jaleados por el Estado Islámico, formados por Al Qaeda, registrados por Estados Unidos en su listado de radicales y que se habían fogueado en Siria. La cabecera más legendaria de Europa practicó el periodismo-ficción, la masacre parecía producida por el derrumbamiento de un techo de la redacción. El comportamiento del rotativo parisino confirmaba el triunfo de las caricaturas de Bin Laden. Un comando estadounidense ejecutó al fundador de Al Qaeda para que el mundo no se escandalizara ante la gigantesca operación de búsqueda de un jubilado que no salía de su habitación, porque disponía allí de un amplio surtido de vídeos porno. En realidad, su

11-s ha triunfado. Occidente tiene más miedo que hace trece años, Estados Unidos ha sufrido un segundo 11-S de soldados muertos y mutilados en Asia, se ha entregado Irak a Irán, Afganistán no merece la consideración de estado ni con los cánones más laxos, se han violado los derechos a la intimidad de todo el planeta, se accede a los aviones descalzo y con los pantalones caídos. La humillación occidental, ni en los mejores sueños de Osama.

El panglosiano Rajoy anuncia que en España no hay riesgo de islamofobia. Gracias por su islamofilia, cabe desear que tampoco haya peligro inminente de una catástrofe nuclear pero, al hilo de la actualidad, la opinión pública preferiría saber cuál es la probabilidad de un atentado yihadista. Charlie Hebdo queda diezmado por los integristas, así que la atención se concentra en una Marine Le Pen que ha sido ridiculizada por la revista con mayor frecuencia que el islamismo, de manera igualmente certera en ambos casos. Lo cual conduce inevitablemente a Willy Toledo, autor del sensacional descubrimiento de que Estados Unidos también mata en su énfasis por rebajar el grado de la masacre. Olvida que los dibujantes asesinados habían satirizado las estériles guerras de Bush con más energía y efectividad que el actor. A propósito, no lo llamen terrorismo, porque sus autores se limitan a aplicar la legislación de un Estado que consideran de su propiedad. Y alguna razón les asiste.