Se hizo el silencio. El viernes un amigo compartió su preocupación -con cierta dosis de alarma, por cierto- por las consecuencias de la masacre yihadista de París contra la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo. Esa misma mañana acudió a un centro hospitalario privado de Málaga para realizarse su chequeo anual y encarar el año con la seguridad que da que un médico te pase la ITV a tiempo. Mientras esperaba en la sala recorrió con su mirada los rostros de las demás personas que guardaban cita. A él le gusta imaginarse las vidas de cada una de las personas que se encuentra y fantasear sobre sus profesiones, sus miedos, sus éxitos..., sobre sus vidas. Me dijo que había casi una veintena de personas en la sala y que cada cual iba a los suyo. Unos leían prensa; otros tenían la mirada perdida y los demás jugueteaban con el móvil fruto de esa necesidad compulsiva de mirar cada 20 segundos la pantalla. Al poco tiempo entró una pareja que llamó la atención de todos los que allí se encontraban. Un hombre de tez morena, barba desaliñada de varios días, nariz aguileña y vestido con un thobe -túnica suelta tradicional de color oscuro- que le cubría desde el cuello hasta los tobillos y con un turbante coronando la cabeza. A su lado, una mujer vestida con su hijab y chilaba, también de colores oscuros. El hombre llevaba en la mano una bolsa de un centro comercial, que dejó cerca de una silla. Mi amigo, al igual que todos los presentes, fijaron sus ojos en la pareja musulmana y la bolsa. Todos dejaron los periódicos y los móviles y se removieron incómodos en las sillas de la sala de espera. Había tal silencio que mi amigo me dijo que pudo escuchar los pensamientos de casi todos y que encima todos coincidían: miedo, desconfianza...

Esta escena es fruto de la masacre yihadista contra la redacción del Charlie Hebdo en la que perdieron la vida doce personas, entre ellas el director y los principales dibujantes de la publicación, una barbarie terrorista que al desarrollarse en Europa, en París, ha impactado esta semana a todo el mundo. Los cientos de asesinatos de estos yihadistas realizados en África o Oriente Medio no han tenido la misma reacción de la comunidad internacional pese a que la monstruosidad es la misma.

Ahora existe un temor y cunde el miedo ante nuevas represalias. Impactados por las brutales imagenes de la masacre, Europa se pregunta qué ha pasado, por qué ocurren tales cosas a estas alturas del siglo XXI y en la civilizada Europa. En este caso no se puede hablar de que los dos terroristas hermanos sufrían el tópico de la exclusión social de los inmigrantes musulmanes que viven en Francia o en Europa. Habían nacido en Francia, en el seno de familias de origen tunecino, tenían trabajo y vivían en pisos de protección oficial. Eran musulmanes pero no yihadistas hasta que cayeron bajo la tutela de un clérigo integrista que les condujo hasta la sinrazón más cruel. Hasta ahora el país galo se tenía como modelo de integración y pluralidad, aunque en muchas zonas de la periferia de grandes ciudades han crecido bolsas de marginación donde aprovechan esos clérigos para sembrar a quienes pretenden acabar con la esencia de las sociedades democráticas occidentales.

Todos debemos aprender de lo sucedido en Francia. Autoridades y ciudadanos. Todos. Para no confundir y mirar con odio a las personas que practican de forma pacífica sus creencias como los musulmanes. Málaga es la quinta provincia de España y la primera de Andalucía con mayor pluralidad de confesiones religiosas. En Al-Ándalus ya se produjo un ejemplo de convivencia pacífica entre cristianos, musulmanes y judíos hasta que los últimos fueron obligados a convertirse por los Reyes Católicos. Y dentro de este abanico, la comunidad musulmana de Málaga es la primera después de la católica y cuenta con 35 mezquitas. De hecho, en Marbella se construyó la primera en la península tras la expulsión ordenada por Isabel y Fernando. Los 25.000 musulmanes que residen en Málaga se multiplican por diez en los meses de verano. Además cada vez vienen más turistas de Marruecos y Argelia y visitantes de clase media y alta procedentes del golfo Pérsico que deciden quedarse a vivir y adquirir una segunda residencia. Ellos también son musulmanes, pero quizás sus carteras hagan que se les mire con otros ojos.

Málaga ha sido siempre tierra de inmigración y de integración. Y así debe seguir ya que sería una grave equivocación convertir las mezquitas en lugares de aislamiento, desde los que se pudiera dar la espalda a la realidad plural. Pero también las comunidades de inmigrantes islámicos deben ser las primeras interesadas en la integración plena en la provincia respetando sus valores, costumbres y tradiciones, pues deben tener muy claro que las suyas tienen a su vez el respaldo de esta comunidad siempre que se guíen por los valores de la paz y la convivencia. La acogida va asociada a la incorporación plena a la vida social democrática sin perder por ello sus peculiaridades culturales. Nadie debe asociar a todos los musulmanes con barbaries como la de París ni todos los que veneran a Alá deben ser tachados de yihadistas. Es esencial que las propias comunidades islámicas sigan siendo las primeras en separar lo uno de lo otro y multipliquen su condena sin paliativos del fanatismo y el terrorismo. La libertad y el respeto son el mejor antídoto frente a la violencia.

No hay que caer en un alarmismo que no haría más que complicar las cosas aunque existen evidentes motivos de preocupación general ante una situación que impone algunos elementos de reflexión específicos. En la Costa del Sol vivimos de un modelo económico basado esencialmente en el turismo, que es muy sensible a cualquier incidente relacionado con estas cuestiones, pero hay que dejar muy claro que los valores de la vida, la libertad, el respeto y la pluralidad están por encima de todo. Deben ser salvaguardados siempre pero también entre todos se debe trabajar para evitar que mi amigo vuelva a leer esos pensamientos cada vez que un musulmán entre en un establecimiento público.