La única apuesta segura sobre el terrorismo islámico es que no va a producirse ninguno de los atentados vaticinados en Europa a raíz de la masacre de París. Sin embargo, los contribuyentes abonarán la factura de la falsa prevención, mientras la yihad golpea objetivos inesperados. Vuelve a imperar el sesgo de la visión retrospectiva, funesto en la toma de decisiones. El ministro español del Interior considera «necesario» aumentar las medidas de control en la Unión Europea. Cabría preguntarle a Fernández Díaz quién va a pagar las nuevas restricciones a la libertad, y para qué servirán aparte de obligar a volar en traje de baño. También debería explicar si se ha llegado al punto en que la acumulación de datos se ha hecho contraproducente, según demuestra una tragedia cocinada por debajo del radar de la NSA y demás tentáculos del gran hermano global.

¿De cuánto dinero estamos hablando? El reduccionismo económico debía desplazar por fuerza al dolor y la sangre. Paradójicamente, solo el temor al sobrecoste puede inducir un comportamiento racional. Dennis Blair, que como director del DNI fue responsable máximo de las agencias de espionaje estadounidense con Obama, cifró en cuatro mil el número de terroristas islámicos en todo el mundo. En relación al presupuesto anual de su gigantesco departamento, Washington destinaba 15 millones de euros por terrorista y año. «¿No es exagerado?», se alarmaba el propio experto. Europa no puede competir en histeria con Globocop, pero supongamos que cada yihadista embrionario esté costando un millón de euros anuales a países como España. Casi tanto como la media de políticos corruptos. ¿No es exagerado?

Ahora mismo, Francia tiene derecho a plantearse el retorno obtenido en seguridad a cambio de estas cifras de vértigo. Por citar un número fetiche que ha sensibilizado a la opinión, movilizar a 88.000 policías para no evitar una veintena de muertos supone una inversión discutible. La masacre se mide también en centenares de millones de euros. La cuestión empeora cuando el ministro de Interior francés se felicita por la «eficacia» de la operación parisina. ¿En qué número de cadáveres cifra la «ineficacia»? Si ser eficaz consiste en alcanzar el objetivo deseado, Bernard Cazeneuve considera que los veinte fallecidos son un triunfo.

Es injusto calificar sumariamente una actuación policial, sometida a la improvisación continua y al estrés contrarreloj. En cambio, el espionaje actúa sin constricciones temporales. Ni las valoraciones más favorables ocultan un rotundo fracaso en la administración francesa del exceso de inteligencia, que Fernández Díaz aspira a incrementar. El 11-S, el 11-M y la matanza de Charlie Hebdo no fueron interceptados por culpa de fallos clamorosos en el manejo de datos disponibles. En el caso español, por la inmiscibilidad de policía y Guardia Civil, reproducida en Francia entre la Police y la Gendarmerie, y en Estados Unidos entre FBI y CIA.

Con las medidas invocadas por Fernández Díaz y sus homólogos, solo se dispara el control de los inocentes. Tal vez se gasta demasiado en volumen de información, cuando se necesitan mejores analistas. Puestos a dar nombres, sería más práctico contratar a Michel Houellebecq. En Plataforma, el novelista describió hasta el último detalle el posterior atentado en Indonesia. Y lanzaba Sumisión, sobre una Francia gobernada por islamistas, el día en que el Estado Islámico inició el asalto a la República por su institución más cómica. No hay solo premonición en estos latigazos del intelecto, sino horas de observación intelectual al margen de los cauces trillados. Así lo demuestran los acontecimientos anunciados con detalles de filigrana por Graham Greene, John LeCarré o Frederick Forsyth. Menos inteligencia y más inteligentes. Menos millones y más Houellebecq.