El fundador de Facebook ha fundado un club de lectura. Y pensar que hay gente que no funda nada en la vida. Y se ha fijado como propósito leer dos libros a la semana. A ver si a él le hacen caso. Le hacen, de hecho. El primer libro que recomendó disparó sus ventas en Amazon rápidamente. La noticia coincide con una encuesta que refleja que el 35 por ciento de los españoles no lee nunca o casi nunca. No es que me parezcan pocos, pero me parece que son muchos un 65 por ciento de lectores. Ojalá. La gente miente más que lee. Se lee más que nunca sin embargo. Se lee en Internet, se leen los whatasapp, se lee el twitter. Microlectura, mensajes cortos para la prisa y para no estar desconectado. Puede que usted no lea ningún libro, pero si ha llegado a este párrafo es lector de periódicos, en cualquiera de sus soportes. Dígalo, no se corte cuando un entrevistado le pregunte. La audiencia de los periódicos se multiplica. Este artículo se puede leer impreso, en nuestra web o en nuestra web pero a través del móvil. O llegando a él por redes sociales. La audiencia se multiplica. La de todas las cabeceras. Leer información no supone problema ni es algo falto de atractivo. Lo que hay que incitar es la lectura de largo aliento que alimenta y da combustible para la reflexión, la crítica, la mirada al mundo sin fanatismo. Ya se ve cómo se conducen por el mundo los fanáticos de un sólo libro. Se pierden las greguerías de Gómez de la Serna o la Montaña mágica de Thomas Mann o las aventuras de Julio Verne, las borracheras de Bukowski, las andanzas de aquel jugador de Tolstoi o cómo era el mundo de ayer que nos describe Zweig. Se pierden cómo se daba la vuelta al mundo en ochenta días o cómo se buscaba oro en el antiguo Oeste. Incluso quién robó el halcón maltés o por qué un hombre se despertó escarabajo. Se pierden conocer a Sam Espade o a Samuel Esparta y a Bernie Gunter o a Montalbano, maderos tiernos todos que resuelven crímenes. Mientras se lee no se mata. Pretender que a todo el mundo le guste la lectura es como pretender que a todo el mundo le guste la hípica, nos tiene dicho Savater. Pero lo que sí hay que inculcar es el amor a los libros. Bueno, no tan cursi: el vicio, el hábito. Libros de botánica o gimnasia o esgrima o filatelia. El Código Civil o el diccionario de argentinismos sin descartar un tratado de ingeniería aeronáutica o una historia del imperio Maya; la biografía de Messi... En papel o en esos e-book modernos. Conviene leer debajo de una higuera o de amanecida con un buen café. De madrugada o cuando caemos en que ya hemos visto dos veces ese episodio de nuestra serie favorita. Hay que entrar en las librerías, mirar, palpar (no a los dependientes), leer solapas, sobar volúmenes, comprar incluso. Leer luego. También incluso. A la larga, puede ser más barato que entrar a un bar. Sitios estos, por supuesto, donde si el emplazamiento, el servicio y la compañía (y la comida y bebida) son placenteras, encontramos auténticos oasis para la felicidad. Gran día ese, que da para visitar sin prisas una librería y un bar, necesariamente por este orden. Entren en su facebook, a ver qué dice Zuckerberg. Háganle caso. O mándelo a esparragar. Y lean ´El olvido que seremos´. No es el muro pero tampoco en absoluto un ladrillo. Palabra.