Los atentados terroristas que han tenido lugar en Francia esta última semana nos han conmocionado a todos y nos ponen en alerta sobre un peligro real y que está aquí al lado. A la vuelta de la esquina. El mundo siempre ha estado un poco loco, sobre todo cuando utiliza el nombre de Dios en vano. Y lo que es peor, para quitar la vida, que es el bien más sagrado que tiene el hombre. Asesinar en nombre de Dios (o Alá) es una abominación doble. Lo fue, lo es y lo será siempre. Matar es completamente inaceptable y no es la respuesta a ninguna afrenta, por grave y dolorosa que sea ésta. Aunque se hayan burlado de las creencias más profundas. La democracia se sustenta en la libertad de expresión. Es una de las patas que hacen a una sociedad libre y lo que falta en cualquier sistema totalitario. Sin embargo, me resulta inaceptable que hacer escarnio de los sentimientos religiosos pueda ser considerado libertad de expresión. No sé en Francia, pero en España, el Código Penal, en su artículo 525, lo tipifica como delito. Lo que hacía el semanario Charlie Hebdo, víctima de esta barbarie, era mofa al amparo de una supuesta libertad de expresión sin límites y con caricaturas de poco gusto. En el país de la liberté, sí, sus directores, editores y dibujantes pecaban de nula fraternité... Ni que decir tiene que aborrezco el asesinato y que repudio a los asesinos. Pero no considero que la acción criminal del miércoles en la redacción de esta revista fuera un atentado contra la libertad de expresión, sino un atentado contra las personas, contra su vida, que está por encima de cualquier otra consideración. Un acto de fanatismo irracional al que por desgracia nos vamos a tener que acostumbrar aunque algunos se enreden en lo políticamente correcto. El Islam no predica la violencia, pero a la vista está que hay muchos islamistas radicales que amenazan nuestra forma occidental de ver el mundo y que responden de forma completamente desproporcionada. Charlie Hebdo también publicó portadas que podían herir la sensibilidad de los cristianos. La diferencia está en la respuesta fundamentalista a estas ofensas. Puede que por eso las activistas de Femen se manifiesten en tetas contra los obispos, destrocen belenes o pretendan robar el niño Jesús de la plaza de San Pedro pero no protesten con el mismo celo contra la ablación femenina que aún se realiza en algunos países musulmanes, pese a que eso sí que supone un atentado contra la mujer. Puede que tampoco tengan en cuentan las palabras del Papa condenando los crímenes de París. Que Dios y Alá iluminen a los hombres en el camino de la convivencia y la paz.