De crucero acorazado a simple destructor, pero de sí mismo. Así ha pasado el Barça de la época de Guardiola a la actual. Era muy difícil hacerle daño a la larga, ni a la corta salvo accidentes, y ahora navega a la deriva del fuego supuestamente amigo de sus dirigentes, con un torpedo a la vista, también propio, que amenaza con hundirlo en poco tiempo. Messi puede rubricar la defunción de una época para el recuerdo que ha venido a menos porque en el fútbol, como en tantas cosas, todo tiene un final. Pero lo peor es que tal deceso se está acelerando por los errores intramuros y se barrunta barriobajero.

Tampoco sería nada extraño en su historia, sobre todo en lo que se refiere a la salida poco elegante de casi todas sus figuras a lo largo de décadas. Desde Kubala y Suárez - el único balón de oro español- a Figo, pasando por Cruyff, Maradona, Schuster, Romario o Ronaldo, por no hablar del propio Guardiola. Es curiosa la confluencia de tanto centrifuguismo en el seno blaugrana en cada una de aquellas situaciones. Pero la de Messi reúne otras características que la hacen singularísima.

Por un lado el sello canterano del argentino y por otro su condición de mejor jugador del mundo durante varias temporadas seguidas, coincidiendo con la mejor época del Barça en su centenaria historia. Unos años en los que junto al menudo argentino pero grandísimo jugador brillaron otros, no menos grandes, como Xavi e Iniesta, junto a los también canteranos Puyol, Busquets, Pedro, Piqué o Valdés, que lo ganaron todo con su club y con la selección española. Difícilmente se dará una circunstancia similar en un grande en España o en el mundo, llevando a gala, además, deslumbrar con una forma de juego nacida en la Masía, su cuna. Y, como guinda, dirigidos por otro excepcional canterano, Guardiola, ayudado por un cuerpo técnico de la misma condición barcelonista.

El declive comenzó con la marcha de don Pep, que se vio venir el pastel que traían bajo el brazo Rosell y su gente, con el actual presidente, Bertomeu de mano derecha. Y se fue por dos motivos básicos. Por un lado su inteligencia le decía, con toda la razón que el fútbol enseña, que tras ganar todo lo ganable nada podía hacerle crecer ya en el banquillo blaugrana, y aspiraba a ver el fútbol desde la grada con otras responsabilidades dentro del club. Y eso se le antojó inviable por las ansias de protagonismo excesivo de los individuos que sustituyeron a Laporta, además de por las torvas miradas negras de alguno al dinero oscuro, que traían ansias revanchistas con todo lo que oliera a pasado. Y, por otro lado, sabía muy bien que Messi, a quien él le posibilitó decisivamente la brillantez de estrella desde su grandísima calidad dándole toda la libertad para jugar cómo y donde quisiera, dentro de su intocable esquema; se estaba convirtiendo en un monstruo difícil de gobernar. Tenía claro que debería tomar medidas desagradables con él que nadie iba a respaldar. Ni la afición, ni la prensa y, peor aún, ni sus propios directivos. Lo conseguido al principio de imponer sus criterios largando a jugadores como Ronaldinho, Deco o Eto´o, con el respaldo de Laporta, dicen que obligado por la falta de dinero para fichar a otro técnico a los dos meses de contratar al de Sanpedor - por los malos resultados iniciales-; y luego con Ibrahimovic, hubiera sido imposible con Rosell y compañía.

Messi ahora mismo sigue siendo tan buen jugador como hace años, supliendo con versatilidad la pérdida paulatina lógica de velocidad -Di Stéfano llegó al Madrid con 29 años-, pero la compaña ya no es la misma. Xavi ya no es el que era, a Iniesta le han aburrido quitándole de su sitio y, aparte de las ausencias, no hay recambios claros. Además, tiene competencia en el vestuario. Neymar y Suárez no son canteranos sumisos a los patrones dictados desde el núcleo duro interno. Y eso, en un vestuario de jugadores que lo han ganado todo y eran una piña, no es cuestión baladí. Tampoco hay un entrenador al que respete todo el mundo.

Messi es un torpedo que dinamitará los restos del gran Barça que tanto admiramos. Y provocará un naufragio desastroso porque sin un presidente de prestigio, además de las carencias señaladas, el fondo será demasiado profundo para ese destructor a la deriva. Solo falta ponerle fecha.