Aquellos duros, en los que cabían cinco pesetas, cómo alegraban los bolsillos..., sobre todo cuando se agrupaban para crecer. Cuando se reunían de cinco en cinco, de diez en diez, de veinte en veinte o de cien en cien, los bolsillos y las faltriqueras se volvían cuevas tintineantes, iluminadas y fecundadas que satisfacían necesidades y compraban ilusiones y mataban hambres, que habíalas, y cómo y cuántas... A más antiguo viajemos, más lucían, más necesidades satisfacían, más ilusiones compraban y más hambres mataban aquellas monedas y billetes de cinco, diez, veinte y cien duros de entonces. Hoy, aquellos cien duros -tres euros-, ni tintinean, ni alumbran, ni fecundan bolsillos, ni faltriqueras. Diríase que el tiempo desendureció los duros, como debiera acaecer con esos otros duros que empequeñecen la raza; esos tipos duros que mientras huyen de sí mismos van desmontando el belén que con tanto primor montaron otros...

Quizá haya duros que deban perpetuarse, pero ahora no caigo... Pero sí caigo en gentes duras, con actitudes rígidas, con posturas intransigentes, con doctrinas ásperas, con ideas severas, con opiniones broncas, con oídos sordos..., que nunca jamás deberían perpetuarse. Conozco gentes cuyas actitudes, todas, son una demostración de dureza; tipos duros que corren delante de sus propios miedos; gentes incapaces de dar, de recibir y de compartir, por miedo; gentes incapaces de sentir y de sentirse, y de vivir en presente, por miedo...

El mundo es un circo repleto de pretendidos duros, disfrazados de tragasables, de trapecistas, de domadores, de malabaristas..., y de magos y de payasos con actitudes más funambulescas y grotescas que proactivas y dignas. Lo duro, la dureza, es mala cosa; cosa a erradicar para siempre jamás. Así, «cuello duro», «mano dura», «línea dura», expresan la dureza y la rigidez de lo despreciable. «Cosa dura», quizá también exprese lo mismo, pero porque su capacidad anfibológica la dota de una dureza apetecida por las damas y los caballeros cuando la comparten, no me referiré a ella. De todas las durezas, las que más me descorazonan y me desconsuelan son las que defienden con saña los personajes duros de testa y de imaginación, y los de ideas adamantinas, y los de entendimiento unidireccional, y los de corazón granítico, y los de sentimiento vacante, y los de emoción imposible€, porque estos tipos duros siempre terminan siendo gente peligrosa para ellos y para el sistema natural y social en el que se desenvuelven.

Los turísticos también tenemos nuestra tribu de duros, que también descorazonan y desconsuelan. A los duros de oído turístico, de mollera turística, de sensibilidad turística, de perspectiva turística, de profundidad turística... se nos ve de lejos; se nos distingue por la ancianidad de nuestras ideas, que impiden la germinación de las nuevas; y por nuestros intereses cortoplacistas, que entorpecen el desarrollo de universos con horizontes a plazos más racionales; y por nuestras prioridades individuales ad hoc, que chocan entre sí; y por nuestro instinto turístico caducado, que imposibilita nuestra mudanza a instintos adaptados a los mañanas más próximos; y por nuestra presbicia y miopía infinitas, que nos impiden, dentro, ver más allá de nuestros ombligos y, fuera, ver los mercados con la perspectiva necesaria; y por nuestro ímpetu ausente, que nos encorseta con estrategias tábidas y viciadas que nos imponen velocidades de crucero basadas en el ayer, que nos condicionan el mañana, y que condicionarán los esfuerzos de aquellos que recogerán el testigo que les dejemos.

Los duros tribuales turísticos también nos señalamos por nuestro empecinamiento en demostrar que el buen hacer y la solución está en adaptar las circunstancias del mundo-mundial a nuestra realidad, y no al contrario, lo que presupone que un buen número de nuestros denominados «avances», irremediablemente, tendrán el efecto rebote propio de las estrategias cortas de vista y mal ponderadas... Tenemos ejemplos, pero ahí seguimos, obcecados, apelmazando palabras acomodaticias en bafles que propalan el eco, y en planes planos que, demasiadas veces, solo alcanzan a macular la inocente virginidad de los folios en blanco.

La tribu de los duros turísticos es tan turística como los demás turísticos, pero sin consciencia real de que la tardanza, en turismo, siempre tiene mal pronóstico. Es como si los de esta tribu defendiéramos con fervor religioso que la «próxima última vez» existe y existirá y seguirá esperándonos sine die, hasta que se obre sabe Dios qué milagro en nuestra consciencia turística. Ay, esos duros ilusos...