En el centro de España, medio centenar de cigüeñas volaban hacia el norte a bastante altura, siguiendo una ruta que parecía bien determinada. Al llegar a un punto, sobre la vertical de la autovía del noroeste, la bandada comienza a moverse en círculo muy cerca de un grupo de buitres leonados que planean en dirección contraria. Las cigüeñas suben, bajan, hacen giros, y logran que los buitres entreveren su vuelo en el de ellas, y entren en su juego, que desde tierra parece gozoso. Esto ocurrió así, y duró unos minutos, hasta que cada grupo se marchó por su lado. El que la cigüeña sea para nosotros símbolo del nacimiento, y el buitre de la muerte, se le ocurrió al columnista más tarde, y es algo propio del barroquismo de la mente humana, a la que le cuesta entender el sentido de la vida, la alegría inmanente a ésta, el juego incesante de las criaturas que no han querido ser lo que no son.