Estamos viviendo unos momentos en los que se ve necesario un cambio de paradigma en la educación de las personas. Me explico: diariamente vamos viendo a través de los medios de comunicación los resultados de una sociedad convulsa, que no sabe hacia dónde va pero tampoco reconoce de dónde viene. Las autoridades se ven obligadas a «educar» a las personas a través de sanciones y penalizaciones. Sanciones que pretenden ser medicinales, pero sanciones. Con esto, se pretende prevenir que, en un futuro, alguien se lo repiense a la hora de cometer un atropello y abusar física o moralmente de alguien, enriquecerse ilícitamente con dinero ajeno, coartar la libertad de los demás, etc. Las autoridades van sumando sanciones, días de juicio, normativas, nuevas leyes, etc. que prevengan estos abusos. Pero, ¿realmente los previenen? ¿O, de alguna manera, hacen agudizar el ingenio para esquivar lo legal? Siempre hemos entendido que educar significa sacar lo mejor de cada uno. ¿Por qué no invertimos realmente el tiempo, los recursos económicos y humanos en educar realmente? Demos contenidos académicos a los niños y niñas pero también demos contenido de civilización, de humanismo, de respeto a las personas y a las instituciones, de civismo, de trascendencia€ Demos a la sociedad un aire fresco de libertad e invirtamos más en el mejor negocio del futuro: los jóvenes. Como decía aquél: Menos pensar qué mundo dejamos a nuestros hijos y más en qué hijos dejamos al mundo.