El PP es un partido corrupto. No cabe otra conclusión del escrito de la fiscalía Anticorrupción sobre una fracción de Gürtel. Si la petición de centenares de años de cárcel contra dirigentes de la formación y asociados no implica una corrupción desatada, cabe suprimir esta palabra del diccionario. Dado el encomiable esfuerzo de los cuatro ABCs madrileños por desvincular a Rajoy de lo que ocurre en Génova, se anotará únicamente el dato de que el presidente del Gobierno en persona aupó a Luis Bárcenas a tesorero. Por no hablar de los sobresueldos y los mensajes de apoyo desde La Moncloa.

En cambio, hay una dirigente del PP que interpreta como un excelente augurio el medio millar de folios de incriminaciones. Soraya Sáenz de Santamaría brinda por Gürtel. Las acusaciones de Anticorrupción le sirven de trampolín, hasta el punto de que un teórico en conspiraciones de la prensa madrileña de antes cavilaría si la vicepresidenta solo celebraba o además teledirigía el violento alegato de la fiscalía. De un plumazo con vitola judicial, las dos fiscales han desembarazado a la líder emergente de rivales de enjundia. Con una dedicación digna de la Roma de los césares, la hiperactiva liquida a Cospedal y Esperanza Aguirre, antaño todopoderosas. El daño colateral a su protector Rajoy es indispensable para sustituirlo. En un triple salto moral, Soraya siempre puede alegar que el presidente ya ha sido condenado por la opinión pública. No es personal, solo negocios.

El PP es Soraya contra todos, y lo curioso es que va ganando. La propuesta de Anticorrupción para que Esperanza Aguirre declare como testigo señala la frágil frontera entre los perceptores millonarios y la gobernante que los nombró y tuteló sin enterarse presuntamente de nada. Cuando la fiscalía y el juez Ruz cantan a dúo el aplaudido tema El PP tiene una cara y una caja B, rueda por los suelos en diferido Cospedal. La castellanomanchega no solo tiene prometida una solicitud de imputación, sino que ha migrado además de imagen radiante del conservadurismo a personaje descompuesto de tragedia griega. Por supuesto, Rajoy no acometerá ninguna operación de limpieza cuando el calendario se adentra en la fase cenital de la Champions, que monopolizará su desvelos. Su «excelente manejo de los tiempos», otro clásico de la prensa cortesana, puede desembocar en el exterminio popular. Menos una.

Soraya Sáenz de Santamaría ha descubierto que ser presidenta del Gobierno es más fácil de lo que pensaba. El PP que ha entronizado la política como variante del parasitismo, con una corrupción personalizada para cada cargo político, se lo ha puesto muy fácil. Quienes no consideraban a la vicepresidenta ni siquiera como rival, se han enterado al mesarse las carnes magulladas de que la sonriente número dos no desdeña el arsenal de trucos compendiados en la historia de la conquista del poder. Por sí sola o auxiliada por spin doctors que invierten el sesgo de la realidad, positiva los mensajes escandalosos sobre los populares. Si Suiza le comunica a España que su degradación desborda los tolerantes estándares bancarios helvéticos, ahí está Soraya con una medida cosmética. Transparencia, el veneno para sus enemigos interiores y su elixir de la eterna pureza.

Ser pequeño ayuda a pasar desapercibido, pero no disminuye la peligrosidad de un adversario. Soraya florece en la agonía del PP, transforma los estertores en una empresa de resurrección wagneriana que exige un título en alemán, la Todeskampf o lucha a muerte con la muerte. La heroína ha saltado de espectadora a expectativa, antes de promocionarse a protagonista con ansias de diva. El malherido Rajoy seguirá confiando en que escampe y, justo antes de que caiga el telón del penúltimo acto, repetirá el estribillo que sustenta su discurso desde tiempo inmemorial. «La corrupción no se paga en las urnas».