La anunciada visita a los campamentos saharauis del vicepresidente de la Junta de Andalucía, Diego Valderas, y su posterior reflexión pausada sobre la oportunidad de este viaje -de carácter simbólico y con muy poco recorrido real de cara a resolver un problema en el que somos muchos los que simpatizamos con la causa saharaui- han levantado una cierta polvareda mediática en la reanudación del curso político, necesitado de novedades de enjundia para retomar el ritmo trepidante al que nos ha acostumbrado la política nacional en el último tramo del año finalizado. Qué sería de los medios sin polémicas ni controversias, cabe preguntarse. Quizás, como escribió Rafael Azcona, inventar las tertulias.

No hay que ser un Kissinger andaluz, un devoto de la Realpolitik, para comprender que se trataba de una iniciativa poco coherente y además extremadamente inoportuna. La Junta de Andalucía es el gobierno regional, formado por una coalición de dos partidos, pero sin duda con una sola voz ante los problemas que afectan a Andalucía -como por ejemplo su mala financiación. No es justificable que desde la misma institución se lancen mensajes que pueden provocar discordancias públicas. Si la presidenta de la Junta de Andalucía visitó Marruecos en septiembre de 2014 con una apretadísima agenda de trabajo, que incorporó a última hora y por sorpresa una audiencia con Mohamed VI, y si sumamos la excelente relación económica con nuestro vecino del sur, al que exportamos bienes y servicios por valor de 1.100 millones de euros cada año, esa lealtad institucional y esa relación de buena vecindad debe cuidarse con mimo. Y eso incluye repensar la oportunidad de realizar un viaje incómodo y claramente extemporáneo.

Pero además, plantear ese viaje en enero, después de los atentados de París y cuando ha trascendido la estrecha colaboración que hay entre los dos países en materia de seguridad global, combatiendo codo con codo los riesgos que supone la expansión yihadista, la captación de jóvenes en Ceuta y Melilla o el regreso de veteranos curtidos en guerras urbanas como la de Siria, hace que entonces estemos hablando de un auténtico sinsentido. Entre aliados las cosas se hacen bien, existe una buena comunicación y se abordan desde el diálogo los posibles roces que pueden surgir. No cabe la deslealtad, y menos en un momento tan delicado y tan complicado como el que estamos viviendo en términos de seguridad global.

Por si estos argumentos fueran escasos o endebles, también se sabe que la política migratoria acordada con Marruecos está sirviendo para evitar una presión insoportable de miles de subsaharianos desesperados sobre las fronteras de Ceuta y Melilla. Sabemos que la cooperación internacional debe apostar mucho más por la inversión en origen, y que se está produciendo una situación muy injusta con millones de personas. Los gobiernos occidentales han reducido al mínimo sus presupuestos destinados a la cooperación internacional. Y podríamos incluso discutir los métodos utilizados por la policía marroquí, de acuerdo. Pero tenemos también que pensar con visión de conjunto y responsabilidad institucional si queremos que Marruecos esté de nuestro lado o que no lo esté en control migratorio, en cooperación económica y en colaboración contra el terrorismo internacional.

Por lo tanto, si Diego Valderas quiere ir al Sáhara es muy libre de hacerlo, representando no a la Junta de Andalucía, sino a Izquierda Unida, su partido político. Pero el problema es que ahora hay otro líder -elegido democráticamente- y no dispone de esa ventana de proyección. Entonces, si a quien representa es a la Junta de Andalucía, a los andaluces y a una comunidad autónoma que forma parte de España, debe alinear su acción exterior con los intereses legítimos de la sociedad andaluza y española. Lo contrario supone no sólo una deslealtad hacia nuestros aliados, sino también un ejercicio innecesario de irresponsabilidad política. Fácil de explicar, aún más fácil de comprender.