No esperen en las siguientes líneas un sesudo análisis sobre la situación del Gobierno andaluz. Ni siquiera un cotilleo. Un «que sí, que es verdad, que me ha dicho el cuñado de un amigo mío que trabaja en Sevilla, que el lunes que viene hay pleno, que los consejeros de Izquierda Unida a la calle y que el 22 de marzo estamos todos -bueno, los que participemos- vota que te vota». La imagen que se me ha venido a la mente tras el cruce de declaraciones que han protagonizado tanto la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, como los representantes de Izquierda Unida en el Ejecutivo andaluz, con Diego Valderas a la cabeza, es la de Woody Allen y Bette Midler en la película 'Escenas en una galería', pero para hacerla más cercana, más de aquí, me los he llevado al Ikea. Imaginen allí a Diego y Susana cogidos del brazo, con el catálogo en la mano, ella buscando una mesa nueva para el comedor; él, refunfuñando y whatsappeando con Antonio Maíllo: «Inestable dice esta que está la mesa, inestable dice... ¡esto está perfe!».

De chiste, ahora que empieza el carnaval. Pero de chiste malo para los ochos millones y medio de andaluces -en esta cifra sí que se ponen de acuerdo- que llevamos escuchando «que sí, que no, que sí, que no» poniendo a los miembros del Gobierno autonómico a la altura del betún, en un sainete que tiene varios capítulos anteriores que ya hacían ver que esto no tira, a saber: Lío en la corrala o Un fin de semana en el Sáhara. Suenan a títulos de películas chungas de serie B pero no son más que el reflejo de una forma de gobernar en nuestro país en general, y en Andalucía en particular, que anteponen al interés del ciudadano el color de la medallita que se cuelga el político de turno. Los retrasos en el metro de Málaga, el de Granada, el segundo puente sobre la Bahía de Cádiz, y tantos y tantos proyectos paralizados, producto de la diferencia de color político entre instituciones tienen una única y exclusiva víctima: los ochos millones y medio de ciudadanos andaluces. ¿Les suena la cifra? Pues eso.