A principios del 2014, me encontré los nombres de Jaime Parladé y de su esposa, Janetta, de soltera Jackson, en el índice de la luminosa biografía que Artemis Cooper ha escrito sobre Patrick Leigh Fermor. Siempre sería Paddy para Jaime y sus amigos. Janetta Parladé era una de las mejores amigas de Joan, la mujer de Patrick Fermor. Después de leer El tiempo de los regalos, ¿puede alguien dudar que Patrick fue uno de los más importantes escritores de viajes de todos los tiempos? Las autoridades en la materia nunca lo dudarían. Sus modestos lectores, entre los que me encuentro, tampoco.

Jaime y Janetta en no pocas ocasiones visitaron a los Fermor en su hermosa casa griega de Kardamyli. Y aún con más frecuencia Paddy y su mujer disfrutaron de la muy española hospitalidad de Jaime y Janetta en su maravillosa finca del Alcuzcuz, en la carretera de Ronda, muy cerca de San Pedro de Alcántara. Conocí a Jaime en 1964. Recién llegados Concha y yo a Marbella. Su tienda, La Tartana (sería la segunda de las cuatro que tuvo con ese nombre) estaba en el centro de Marbella, a unos pocos metros de la sucursal de Viajes Málaga, en los bajos del Hotel San Cristóbal. Al otro lado de la agencia de viajes, tenía don Diego Jiménez Lima su corresponsalía de importantes bancos de aquella época. Siempre lo recordaría Jaime con gratitud y afecto. No en vano suavizó en más de una ocasión don Diego el camino de espinas que fueron los inicios de aquel joven decorador, que siempre supo que si permanecía fiel a sus ideales llegaría muy lejos.

Recuerdo a Jaime Parladé oficiando en La Tartana, un lugar mágico. Allí trabajaban también una joven malagueña portentosa, Menchu Escobar y el jovencísimo ayudante de ambos, Tomasito; además de visitantes y amigos - por lo menos entonces - como el maestro Pepe Carleton. Aparte de unas buenas relaciones de vecindad durante siete años con Jaime, me unía a él, con la misma complicidad que practicaban los antiguos cristianos en las catacumbas, un enorme respeto por la sabiduría y la elegancia inteligente de la gran literatura en lengua inglesa. Jaime, aquel joven gentleman -y nadie sabía practicar ese arte mejor que un andaluz de pura cepa como él- reinaba en su corte encantada. Una de las joyas en aquellos tiempos prodigiosos de una Marbella bendecida por los dioses. La Tartana, entre tienda de antigüedades y estudio, estaba llena de buenas vibraciones. En ella se amontonaban los objetos más sorprendentes. Algunos de ellos auténticos tesoros. En el piso de arriba vivían los propietarios de la casa, la familia Berrocal.

Pasaron los años y el destino me permitió recuperar un trato casi diario con un Jaime ya en una espléndida madurez. Y consagrado internacionalmente como un maestro en el difícil arte de la decoración. A principio de los años ochenta, los propietarios del Hotel Los Monteros, doña Silvia y don Ignacio Coca, admiradores de Jaime, le rogaron que plasmara sus ideas y su arte en la planta noble del hotel. Confieso que sentí cierto pánico. Los Monteros se había convertido en uno de los hoteles de mayor éxito del Mediterráneo. Su imagen, con una elegancia y una gracia muy españolas, había sido posible gracias a un gran decorador francés de la época, Pierre François, con una obra importante a lo largo de la costa. Algunos de los que trabajábamos en Los Monteros y no pocos de los antiguos clientes del hotel esperábamos preocupados el momento en que se levantara el telón sobre el trabajo de Jaime. Probablemente fue uno de los retos profesionales más complicados a los que tuvo que enfrentarse. Y un día el telón se levantó. Aquellos espacios habían pasado a otra dimensión y el resultado simplemente era deslumbrante. Los antiguos clientes por unanimidad dieron encantados su aprobación final. Para todos y sobre todo para Jaime fue una gran experiencia. Es una de las tragedias en esta costa que esa obra de arte que él hizo posible ya no existe. Una vez más, esta tierra fue abandonada por sus deidades protectoras. Quizás cansadas de habernos dado tanto, un día aciago bajaron la guardia.

La Santa Providencia me reservaba otra buena experiencia. También posible gracias a Jaime Parladé, ya convertido en el Maestro de maestros. A principios de la década de los noventa, dirigí el Hotel Don Carlos, el antiguo Marbella Hilton. Sus anteriores propietarios encargaron un ambicioso proyecto de remodelación a dos discípulos de Jaime, convertidos en brillantes decoradores: Tomasito y su compañero Karen. Triunfaron. Los años que permanecí en ese gran hotel marbellí tuve el placer diario de trabajar en un entorno en el que la huella y las enseñanzas de don Jaime siempre estaban presentes.

Al final de la biografía de Patrick Leigh Fermor cita Artemis Cooper una nota que el escritor dejó en su casa de Kardamyli antes de su muerte: «Thank you all for a life of great happiness». Esas gracias dadas por Paddy Fermor a sus amigos, por una vida llena de una gran felicidad, también estaban sin duda alguna destinadas a aquel maestro, don Jaime Parladé y Sanjuanena, tercer marqués de Apezteguía. El que nos dejó tantos espejos en los que se reflejaron los hermosos frutos de un talento indomable, siempre limpio, siempre valiente. Por supuesto, nunca en su vida pactó con la nausea.