Escucho las Variaciones Goldberg de Bach en una versión al piano que grabó la gran Maria Yudina en Moscú, en 1968, dos años antes de su muerte, y que me envió hace tiempo Dani Capó. Durante muchos años se creyó que Bach había compuesto las Variaciones Goldberg porque el embajador ruso en la corte de Sajonia -el conde Keyserlingk- tenía un insomnio pertinaz y creyó que la música de Bach podría servir para curárselo o al menos aliviárselo. Y como el conde tenía a su servicio a un joven virtuoso del clavecín llamado Johann Goldberg, le pidió a Bach que compusiera para él unas piezas que pudieran alegrarle las largas noches en blanco. Bach cumplió el encargo, por lo que recibió la bonita recompensa de cien luises de oro. Y una vez que el conde ruso tuvo la partitura de las Variaciones, obligaba a dormir en la antecámara al pobre Goldberg, que sólo tenía 14 años, y al que despertaba en mitad de la noche cuando el insomnio no lo dejaba en paz. «Querido Goldberg -decía entonces el conde-, toca para mí una de mis variaciones» Y el pobre Goldberg, soñoliento y tiritando de frío, tenía que ponerse a tocar las complejísimas piezas de Bach para entretener al gran señor que le escuchaba desde la cama.

Esta historia es maravillosa, sin duda, porque nos puede hacer creer en las funciones terapéuticas de la música, pero es muy posible que sea falsa. Quien divulgó esta historia fue un discípulo de Bach que la contó en una biografía escrita mucho después de la muerte del músico. En ningún otro documento quedó constancia de que las cosas hubieran sido así. Y por si fuera poco, las Variaciones se publicaron en vida de Bach y no llevaban dedicatoria alguna, cosa muy poco probable si fuera cierto que las había compuesto para el conde Keyserlingk. Pero la historia del insomnio del conde y del carácter terapéutico de las Variaciones siguió en pie durante años y años. Incluso llegó a tener una curiosa derivación posterior, cuando Stalin, dos siglos después, oyó en la radio a Maria Yudina tocando un concierto de Mozart. Stalin también sufría insomnio y llamó a sus asistentes para que le consiguieran el disco. Como lo que había oído Stalin era un concierto en directo, y no un disco, los subalternos -que sabían cómo se las gastaba el jefe- corrieron a despertar a Maria Yudina y la llevaron a toda prisa a un estudio de grabación. Luego reunieron una orquesta y obligaron a la pianista a tocar el mismo concierto de Mozart. Un equipo de grabación lo registró en directo y allí mismo prensó una única copia en disco. A la mañana siguiente, Stalin tuvo su disco del concierto de Maria Yudina.

Esta otra historia también podría ser falsa, pero no lo es. Es cierta, rigurosamente cierta, y muestra a las claras cómo funciona el poder. Imagino que Stalin conocía la historia del conde y su pianista y que le agradó saber que la había revivido a su manera. Y hoy en día, estoy seguro, estas mismas cosas suceden de la misma manera. Y basta pensar en lo que ocurre cuando el gran jefe de una multinacional tiene un capricho como el que sintió Stalin en aquella noche de insomnio.

Pero lo más interesante de la historia del insomnio que provocó las Variaciones Goldberg es nuestra predisposición a creernos todo lo que confirme nuestras ideas o nuestros prejuicios. Y si nos gustaba creernos la teoría del insomnio del buen conde, que pudo ser aliviado por la música de Bach, era porque esa historia nos permitía pensar que el mundo se ajustaba a nuestros mejores deseos: la música, por ejemplo, era capaz de curarnos de nuestros males, y los condes -o los grandes señores- siempre eran buenos y magnánimos. Y por la misma razón, hoy en día hay miles de personas que creen que Luis Bárcenas no es más que un pillo redomado que engañó a los candorosos dirigentes del PP, o que los líderes de Podemos tienen la fórmula mágica para solventar todos los problemas de la sociedad española, o que la independencia de Cataluña va a ser como la hipnótica música de Bach que muy pronto hará más agradable la vida de todos los catalanes insomnes por culpa de la opresión española. Y todos, de un modo u otro, nos tragamos las mayores mentiras y las mayores manipulaciones, porque necesitamos creer que la vida es tal como nos gustaría que fuese, y no como en realidad es. Y por eso, de noche, cuando no podemos dormir, nos gusta imaginar que decimos: «Querido Goldberg, toca para mí una de mis variaciones».