Cuando escribo este artículo los griegos están votando y en la prensa no aparecen más que predicciones. Desde mi perspectiva personal e intransferible tampoco creo que importe mucho el resultado. Las similitudes entre España y Grecia se esparcen de un modo muy claro por el terreno cultural e incluso afectivo. Para un español es muy fácil sentirse cómodo en Grecia, pero pocas coordenadas sociales más coinciden, salvo las que se quieran usar como espaldarazo por parte de las formaciones políticas en general que usarán el escrutinio griego igual que los padres divorciados mal avenidos hacen con las calificaciones escolares de su hijo, esto es, como arma arrojadiza. Si la extrema izquierda venciera por mayoría absoluta, unos esperarán sentaditos para contemplar la catástrofe económica que quizás se produzca por huida de capitales. Todas las ideas son magníficas si hay dinero para pagarlas. Si el poder queda en manos de grupos parecidos a los que ahora dirigen el país habrá dinero pero no paz social, lo que tampoco mejora la confianza exterior en un país. La izquierda española podría reconducir este resultado como aviso de futuros caóticos si no se contara con ella en algún gobierno. El niño suspendió matemáticas por tu culpa. El niño estudia porque está conmigo. El niño aprueba pero no aprende y bla, bla, bla. Así se llamaba un fantástico chiringuito en una idílica playa cercana a Salónica. El niño. Escrito en caracteres latinos. Allí me puse hace algunos años pujo, perdonen el malagueñismo, de boquerones fritos y retsina helada, un vino blanco seco y oloroso. Ya digo que un español que acuda con la buena voluntad de observar y de disfrutar con lo que le pongan por delante en la mesa se siente como en casa en muy pocas horas. Leves adaptaciones de nuestro demencial horario y poco más. Su idioma es cálido a los oídos españoles. Es muy divertido ver una telenovela venezolana en griego. Sus gentes son en efecto tan acogedoras que uno cae sin querer en conductas maleducadas. Por ejemplo, el aceptar una insistente invitación a sentarse en la mesa para comer, cuando lo correcto habría sido poner una excusa y dar las gracias. Sus playas son de arena blanca y agua cálida, repletas de islitas y rincones solitarios cubiertos por pinos. Un lujo que en España destruimos hace mucho.

Sin embargo, los paralelismos helénico-ibéricos son muy difíciles de conducir hasta los territorios donde algunos quieren que se sitúen. Su población es de unos 11 millones de habitantes y su extensión es similar a la de Andalucía junto con Extremadura. Sus antepasados protagonizaron una historia triste en extremo que conoció exilios, deportaciones y masacres genocidas provocadas durante el imperio otomano y la segunda guerra mundial. La sociedad griega ha desarrollado un fuerte sentimiento de unidad. En esas claves se deben entender fenómenos tan divergentes como el poder y predicamento que la iglesia ortodoxa griega aún exhibe, la aparición de partidos ultras en direcciones opuestas, o la severa fractura y sentimiento de frustración colectivo que esta crisis está provocando entre la población griega. Cada vez que Alemania ha aparecido por aquellos parajes ha sido para destruir. La economía griega no tiene la capacidad de reacción de la italiana o la española y, por supuesto, ni se aproxima al norte industrial europeo. Las medidas correctoras aplicadas allí no pueden arrojar ningún resultado positivo porque no están adaptadas ni a las posibilidades de sus motores, ni a lo que a mí me parece más significativo, a la estructura casi de familia del tejido productivo y laboral griego. Europa ha sido cruel con unas gentes que habían marcado en su voluntad de pertenencia a Europa una de sus señas de identidad. Es la hora de Grecia. Los pueblos pagan la inutilidad de sus mandatarios durante décadas y ojalá que, más allá de las filias y fobias electorales de quienes somos ajenos a aquella nación, triunfen hoy las soluciones más adecuadas para los griegos, una verdad de Perogrullo, pero que se olvida con frecuencia cuando se acercan las épocas de urnas y decisiones. Los griegos sabrán sus caminos que, en ningún modo, son los de España ni en sus versiones apocalípticas, ni en las edulcoradas. Y como consejo, visiten Grecia.

*José Luis González Vera es profesor y escritor