De la marcha de las negociaciones del acuerdo de comercio e inversiones trasatlántico uno se va enterando a trancas y barrancas, dado que Washington y Bruselas han estado negociando a puerta cerrada, como al parecer mandan los usos democráticos.

Una de las últimas cosas que se ha sabido gracias a la prensa germana, más inquisitiva o al menos más interesada en el asunto que otras - ¿o es que los diplomáticos de ese país son más transparentes para con sus ciudadanos? - se refiere a las llamadas denominaciones de origen.

Contaba Der Spiegel que el ministro alemán de Agricultura teme que los productores de especialidades regionales europeas puedan verse afectados por el polémico acuerdo.

«Si queremos aprovechar las oportunidades del acuerdo de libre comercio que ofrece el enorme mercado norteamericano, no podremos seguir protegiendo como especialidad cada salchicha o cada queso», ha explicado el ministro.

Según éste, las actuales regulaciones sobre protección de indicaciones geográficas, denominaciones de origen o especialidades regionales pecan de excesivamente burocráticas. La Unión Europea sigue ofreciendo protección a especialidades fabricadas con productos que ya no tienen su origen en las regiones que le dan nombre.

El ministro alemán recogía así las críticas que le hizo en una reciente reunión entre ambos en Washington el representante del comercio exterior de Estados Unidos, que es el encargado de negociar el acuerdo con los europeos.

«No sería de recibo que a los norteamericanos no se les permitiese vendernos jamón del Tirol o queso de Gouda si los propios europeos no somos consecuentes en la protección de esas denominaciones», reconoció el ministro germano.

En Estados Unidos sólo se protegen las marcas y no las denominaciones de origen, y así es posible encontrar allí jamón de Parma, whisky escocés o queso Roquefort aunque ninguno de esos productos tengan mucho que ver con los originales, y eso es lo que pretende cambiar ahora la Unión Europea en sus negociaciones con Washington.

Por otro lado, según el citado ministro bávaro, los estadounidenses parecen haber comprendido por otro lado que no podrán vender en Europa «pollos clorados» dada la oposición de los consumidores europeos.

Además, por primera vez parecen dispuestos a aceptar el etiquetado de los alimentos transgénicos, a los que existen fuertes resistencias en muchos países del Viejo Continente.

Y en el caso de las denominaciones de origen o indicaciones geográficas, la apuesta es importante ya que su protección es muchas veces la única defensa que tienen la agricultura o la ganadería europeas para poder competir con cierta ventaja ante la inundación de productos más baratos de otros continentes.

Finalmente queda por ver si prospera la propuesta del ministerio alemán de Economía por el que las futuras disputas entre inversores y Estados no las dirimiría un grupo de árbitros privados, sino que se constituiría un tribunal internacional de comercio en el que habría jueces de los Estados. Sería al menos más democrático.