La casta existe, a falta de decidir si Podemos está incluido en ella. El juez Fernando Andreu le ha asestado un golpe definitivo a la versión clásica del casticismo, aposentada en la cúpula de Bankia con las tarjetas negras como DNI. Ni Baltasar Garzón se atrevió a tanto, por mucho que la inversión de los banqueros públicos en saunas alcance la temperatura a la que los ladrones de cuello blanco avergüenzan a los delincuentes comunes.

Las tarjetas oscuras de Bankia empequeñecen a los sobresueldos de Rajoy, pero perseguir los 15 millones despilfarrados a espaldas de los ciudadanos y de la Agencia Tributaria requiere de un acusado temple judicial. Cabe imaginar las presiones de los 81 beneficiarios en todas las esferas del poder. Máxime cuando el presidente del Supremo les había tranquilizado, al declarar que el Código Penal solo funciona contra los robagallinas.

Dado que la persecución periodística de la corrupción no siempre ha pecado de entusiasta, y sin ánimo de corregir a los doctos libros de estilo, tal vez deberían revisarse las crónicas en que se disculpa a algún jerarca de Bankia porque «solo» cargó 40 mil euros a las tarjetas negras. En especial si se tiene en cuenta que la citada cantidad equivale al sueldo medio anual de tres contribuyentes y consumidores de información.

Cada afortunado usuario de una tarjeta negra de Bankia acudió a vaciarla en un cajero una media de 38 veces, en ocasiones a las cinco de la madrugada. Y luego dicen que la banca es una actividad sedentaria. Entre los gastos detallados, ningún esposo de larga duración compra lencería a su esposa, por lo que este apartado introduce una variable emocional. La concupiscencia debiera suponer un atenuante, corromperse por un amor siempre pasajero inspira solidaridad. Sin olvidar que la condena penal es casi irrelevante por comparación con el castigo de la otra parte afectada.

Más allá de los tópicos alcoholes y masajes, la inversión en ropa interior ofrece la perspectiva más escueta sobre el escándalo. Al fin y al cabo, la honradez es a un banco como la lencería a un cuerpo, íntima pero imprescindible. Se da por descontada, un espejismo colectivo que ha amparado la corrupción transversal en Bankia. La casta queda ahora desnuda.

Mientras los agraciados se afanaban por mantener el nivel de derroche, sus partidos que eran básicamente el PP insistían en que los demás españoles vivían por encima de sus posibilidades. Era Bankia quien vivía por encima de las posibilidades de los españoles, que jamás se recuperarán del esfuerzo de reflotarla. Y ahora les acusan de invadir la intimidad de los saqueadores.