Tergiversar la historia: eso es a lo que se dedican últimamente algunos políticos de la Europa del Este, que han aprovechado la celebración del 70 aniversario de la liberación de Auschwitz para ajustar cuentas con Rusia.

Uno de ellos es el actual ministro de Exteriores de Polonia, Grzegorz Schetyna, a quien para justificar el que su Gobierno hubiese invitado oficialmente al presidente ucraniano y no al ruso a esa conmemoración no se le ocurrió otra cosa que decir que Auschwitz había sido liberado por soldados ucranianos y no por una columna del Ejército rojo.

Todavía fue más lejos el jefe del Gobierno ucraniano, Arsenij Janzenjuk, quien en una visita a Berlín hizo unas declaraciones a la emisora ARD en las que prácticamente acusó a Rusia de haber empezado la Segunda Guerra Mundial, algo que debió de sonar a música celestial a los nazis que puedan quedar en Alemania.

«Nos acordamos muy bien de la invasión soviética de Ucrania en su marcha hacia Alemania», declaró con la mayor desfachatez Janzenjuk, sin que nadie en el Gobierno alemán se apresurara a corregir tal despropósito.

El señor Janzenjuk es libre de decir lo que quiera, la posición de Berlín es muy clara, se limitó a señalar, a modo de justificación, un portavoz del ministerio de Asuntos Exteriores de Alemania tras el escándalo que originaron aquellas palabras.

Nada de los veintisiete millones de ciudadanos soviéticos que se calcula que perdieron la vida en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial o los 231 soldados muertos en la propia liberación de Auschwitz, hecho este último que tuvo al menos el detalle de recordar el actual presidente alemán, Joachim Gauck.

En vano reclamó el vicepresidente del comité Dachau y superviviente él mismo de Auschwitz, Max Mannheimer, en carta al exministro de Exteriores polaco Wladysslav Bartoszweski, también antiguo preso allí, que no se instrumentase la memoria del Holocausto y se subordinase a los conflictos políticos actuales.

Lo mismo Polonia que las repúblicas bálticas, una de las cuales, Letonia, preside este semestre el consejo de la UE, y por supuesto Ucrania, cuyo gobierno impacienta por entrar en la OTAN, tratan de poner contra las cuerdas a Rusia como por la anexión de Crimea y su apoyo a los rebeldes prorrusos del Este de Ucrania.

La pregunta que habría que hacerse, sin embargo, es hasta qué punto debería el resto de sus socios dejarse guiar sólo por las emociones de esos gobiernos tan próximos a Washington y que se empeñan en alejar cada vez más de Europa a la Rusia de Putin en una nueva y peligrosa edición de la guerra fría.

Hace ahora casi dos años, en febrero de 2003, se estableció una línea directa entre la OTAN y el estado mayor ruso para evitar cualquier malentendido, pero quedó interrumpida a raíz de la crisis de Ucrania

Últimamente habían aumentado las voces de los favorables a esos contactos en vista del aumento de las tensiones, entre ellas la del propio ministro alemán de Exteriores, el socialdemócrata Frank-Walter Steinmeier, según contaba Der Spiegel.

Los partidarios de esa línea directa, que incluye a muchos militares, más prudentes con frecuencia que los políticos, argumentan que es algo que existe incluso entre las dos Coreas, pero Polonia y las repúblicas bálticas no parecen dar facilidades.

El recién estrenado gobierno griego de Syriza, que tiene una relación distinta con Moscú, ha introducido una nueva cuña al oponerse a la ampliación sin más de las sanciones contra Rusia, e inmediatamente se ha visto acusado de «chico malo». Es lo que tiene discrepar de Washington y sus más fieles aliados.