Qué se hizo, nos preguntamos, de la «dulce Francia», ese país de la infancia que el chansonnier Charles Trenet decía llevar siempre en su corazón?

Y ¿qué ha sido sobre todo, nos preguntamos, de esa otra Francia, mucho más real y universalmente admirada: la Francia de la tolerancia, la de la Enciclopedia, la del laicismo y la razón?

La patria de Diderot y de Voltaire parece camino de convertirse en un campo de batalla si hemos de juzgar por la obra de autores actuales tan distintos como Michel Hoeullebecq o Jean Rolin, pero que coinciden en presentar al país en vísperas, si no ya en situación de guerra civil.

En Sumisión, novela futurista de ese provocador que es Houellebecq, Francia ha renunciado a su laicismo y ha terminado rendida a un cómodo y tolerante islam, personificado por el presidente Mohammed ben Abbes, a quien han elegido mayoritariamente los ciudadanos en segunda vuelta para evitar el triunfo del Frente Nacional de Marine Le Pen.

Las universidades, financiadas por ricos emires, se han islamizado; se ha establecido la poligamia; en los trenes se sirven menús halal, según la tradición musulmana, y los franceses, profundamente desencantados de la anterior política y dopados por el consumismo parecen, sin embargo, satisfechos con el nuevo régimen.

En Les Évènements, del periodista y ex reportero de guerra Rolin, la guerra civil no es una simple amenaza, sino que ha estallado ya en toda Francia: en las calles de París se ven automóviles destripados, abundan los controles militares mientras que en otras partes del país patrullan cascos azules de la ONU finlandeses y africanos.

La novela es el relato de un extraño viaje desde la capital francesa hasta la costa mediterránea por comarcas donde se enfrentan milicianos islamistas, fascistas o comunistas, y en ella las escenas de la más pura devastación alternan con bellísimas descripciones de la naturaleza porque Rolin es un escritor sin duda mucho más elegante que Houellebecq.

En declaraciones a la prensa francesa tras la publicación de su novela, Rolin dijo sentirse horrorizado por el auge simultáneo en su país del islamismo y las corrientes identitarias y explicó que, sobre un fondo de crisis económica, se asiste en Francia a una suerte de deslicuescencia del Estado, todo lo cual podría producir una «mezcla volátil y explosiva».

Houellebecq predice por su parte una mayor radicalización por culpa de la explosión de las identidades colectivas y recuerda que ya en la primera mitad del siglo XIX el famoso sociólogo Auguste Comte pronosticó que a la ilustración y la revolución seguiría una nueva «edad religiosa».

El excompañero del Che Guevara, expolítico y filósofo Régis Debray, que ha intervenido también en ese debate entre intelectuales, atribuye a la globalización desenfrenada muchos de los males que afectan hoy a su país y al conjunto de Europa y critica que «la ilusión económica» haya «esterilizado la política» y nuestros dirigentes se hayan «convertido en contables». Debray considera una doble catástrofe la práctica desaparición del Partido Comunista y de la Iglesia católica en Francia porque ambos permitían integrar y dar alguna esperanza a quienes se encontraban en las márgenes de la sociedad: antes, explica, estaban el militante sindicalista y el cura obrero, pero hoy sólo rige la ley del dinero y la única consigna es «sálvese quien pueda».

En ese río revuelto que es la Francia de la inmigración tratan mientras tanto de pescar individuos de pocos escrúpulos como el periodista Eric Zemmour, hijo de judíos franceses de Argelia y autor de un superventas titulado El suicidio francés.

En él, Zemmour, un favorito de los medios de comunicación de ese país, denuncia lo mismo la globalización impulsada por Estados Unidos que la feminización de la sociedad o la inmigración musulmana, que califica de quinta columna que va a destruir a Francia.