Este fin de semana coinciden San Valentín, los carnavales y el estreno de 50 Sombras de Grey, una tormenta perfecta, dicen, para que dentro de nueve meses este país sufra un baby boom. Yo, ¿qué quieren que les diga? Desde una vez que me vestí de monja y acabé con la toga blanca llena de churritones marrones por un whisky que me tiraron encima en medio de un bullicio en el que apenas pude dar un paso y me vi, muy en situación, rezando para salir de aquello ilesa, paso de los carnavales. A lo de San Valentín nunca le he visto la gracia porque tanto corazón, tanto bombón y tanto lazo me dan subidón de azúcar. En cuanto a lo de la película, paso. No sé si es buena, mala o regular, pero confieso que tras leerme el primer libro de la trilogía, -con uno tuve bastante- me hastié de los personajes presuntamente transgresores que a mí me parecieron de lo más ñoños. «Yo te doy azotes y si te duele mucho levanta la mano para que pare». ¿Pero qué es esto? Se suponía que la novela tenía que subir la libido del lector pero un documental de las migraciones de las ballenas que vi el otro día me pareció más excitante. Encima, por lo visto, la película ha recortado la carga erótica del libro para poderla proyectar en cualquier sala de cine y que fuera apta para los y, sobre todo, las adolescentes que, al fin y al cabo, son a los que más interesa esta historia entre un tipo guapo, rico, enigmático y viciosillo y una chica sosita e inexperta que de pronto descubre la cuadratura del círculo. El caso es que no confío mucho en que el visionado de esta película vaya a llenar mi dormitorio de fuegos artificiales pero bueno, al fin y al cabo, todo coincide en sábado sabadete.