Suiza se ha llenado de caretas blancas con ropajes de seda negra y sombreros de tres puntas. Sus bancos han desplazado a las plazas y a los puentes de Venecia. Pero en la fiesta de Zurich y de Basilea no hay Polichinelas ni Arlequines. En sus calles sólo gobiernan las numerosas sombras turcas de los avaros Pantalones que en Suiza se liberan de sus ataduras morales. Durante años, en público se han golpeado a lo Greco el latido austero del corazón. Les dolía el esfuerzo de salvar a España de la crisis desatada por un pueblo irresponsable en sus sueños y en su derroche. Cada uno, desde su púlpito, nos leyó la cartilla, nos llamó a capítulo y a muchos los convencieron de ser culpables o de señalarlos entre los suyos. Nadie los vio, cada febrero, cruzar la frontera. Con la impunidad elegante de saberse magistrados, economistas, abogados, empresarios y dirigentes políticos se citaban en hoteles y despachos para brindar en copas de Murano con la sangre ciudadana transmutada en Veuve Clicquot la Gran Dame, en Nicolas Femillatte Palme D´Or y en el Gran Siècle Laurent Perrier. El trabajo, el hogar, la educación, la cultura, la sanidad, los derechos sociales, alambicados hasta producir persistentes burbujas de fruta blanca; la bella armonía del diminuto destello amarillo y las notas tostadas de vainilla; el intenso dorado de largo final en delicado melocotón.

Una orgía privada de champagne que nos ha revelado la lista Falciani en esta semana de carnaval. La misma en la que hemos sabido que 13 millones de españoles se encuentran en riesgo de pobreza o exclusión y que un Informe de Assis alerta del incremento de la hostilidad contra las personas a las que la crisis ha desahuciado de la vida transformándolas en fantasmas. Personas invisibles y a la deriva a las que nadie mira de frente ni de soslayo, como si al hacerlo se corriese un serio riesgo de contagio. Ninguno de estos espectros con ropa de beneficencia, ni los trabajadores cuyo salario se ha hundido en las grandes empresas que según el Informe de la Agencia Tributaria han aumentado las ventas un 2, 4%, tienen cuenta en el UBS AG ni en el Credit Suisse. Si acaso algunos saben que en Zurich surgió el movimiento Dadá y que la FIFA tiene allí su cuartel general.

De Zurich también es el actor Bruno Ganz, célebre ángel de Cielo sobre Berlin que de vivir aquí se habría alegrado por el reconocimiento a Blanca Portillo, y a los 20 años del Teatro de la Abadía, dirigido por José Luis Gómez, con la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Aunque sólo un instante porque no está el teatro para celebrar ni siquiera un acto de resistencia. En su muro de facebook lo ha dejado claro Carlos Olalla. Intérprete curtido en el cine, en la televisión y en el teatro, cansando de ser otro y nadie en las salas alternativas. Es difícil ganarse un jornal a 50 céntimos el minuto y el patio apenas lo llenan los amigos y la familia. Sobreviven las compañías travistiéndose en empresas, sin economía para promoción, esquivando la amargura de saber que existen ayuntamientos ofertando 250 euros por espectáculo e ingeniándose obras de microteatro en hoteles de paso, como hace con acierto el malagueño José Antonio Trigueros. Y a pesar de todo se dejan la voz y la piel en El Tenorio y en otras producciones los talentos de Juanma Lara, de Eduardo Velasco, de José Luis García-Pérez, de Montse Torrent, de Antonio Salazar, de Eduardo Duro y muchos más que no pueden evitar ser alma de teatro. El oficio como lo llama Miguel Gallego, director del Festival de Málaga, encantado de encontrarlo, igual que yo espectador, en la Compañía Mephisto Teatro con su divertida versión tropical de El Burgués Gentilhombre de Molière dirigida por Liuba Cid y unos maravillosos y polifacéticos actores combinando también los papeles femeninos. Toda una lección de trabajo escénico sobre las tablas y entre el público. Deliciosa pieza a la cubana con la que abrochar una excelente XXXII edición.

Cincuenta años se cumplen de aquel Estudio 1 que un 6 de octubre estrenó en la única televisión La rosa de los vientos con Fernando Delgado, María Massip y María José Valero. Cada viernes de entonces crecí con Lope, con Tirso, con Pérez Galdós, con Jardiel Poncela, con Buero Vallejo, con Arthur Miller, y el magisterio en blanco y negro de José Bódalo, Ana María Vidal, Ismael Merlo, José María Rodero, Maria Asquerino, Luis Prendes, Amparo Baró, Eusebio Poncela, las Gutiérrez Caba. Dijo Fellini que la televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural. Me lo recuerda Javier Cuenca, actor de la vida y de la cocina. Y es verdad. Ninguna cadena ofrece teatro en su programación. Ni siquiera RTVE lo repone o lo homenajea en estos tiempos sin presupuesto, en los que reinan lo tópico, lo grueso y la risa fácil. En España la máscara no esconde, revela. Se termina pronto el carnaval pero la mentira, la arrogancia y la mediocridad no se quitarán el embozo ni su caracterización. La máscara es el rostro de un secreto. A nadie pertenece su nombre, los adjetivos de su voz ni la sombra abierta en sus ojos. Tampoco la noche en la que un deseo se esconde para disfrutar del misterio y la pasión con un disfraz que de cualquier culpa te absuelve. La máscara es un cuerpo entre dos. La fábula de una liberación de un rostro embriagado de otro rostro.

Dice Josep Gamoneda en una interesante entrevista de Emma Rodríguez en Lecturas Sumergidas que la izquierda debe mirar a los ojos de la gente. Es lo que deberíamos hacer todos. Despojarnos de las máscaras y encontrarnos. No hacen falta para ser un yo que explora ser otro. Solo, muy solo se quedaría entonces el dinero con su antifaz negro.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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