Estas elecciones andaluzas tienen un sentido especial, una mezcla profunda de pasado y presente. Hay en estos momentos, una generación identificada con la construcción de la Andalucía democrática y autónoma, y llega otra acompañada de los extraordinarios cambios habidos en el año 2014, que incluyen los de la dinastía, el relevo en los liderazgos, el giro en la Iglesia católica o la aparición de nuevas fuerzas políticas.

Lo nuevo parece siempre hacer tabla rasa, imponerse como un absoluto. Frente a lo nuevo está el peso del pasado, la vigencia física de las generaciones de lo viejo. Su memoria -el presente del pasado- es, sin embargo, un instrumento intelectual y, por tanto, político.

El historiador de la industrialización andaluza Cristóbal García Montoro me acaba de recordar cuan viejo es lo nuevo, cuan potente fue nuestro pasado cercano en Andalucía. Me ha enviado este cartel de la Junta de Andalucía con motivo del Referéndum que nos dio la autonomía hace treinta y cinco años, que publicamos en el libro «Tiempo de cambio», realizado por un gobierno socialista, y un presidente, Rafael Escuredo, al que este nuevo populismo apenas le llega a los pies. Un presidente de gobierno que hizo una huelga de hambre por la autonomía.

Aquella campaña vino bajo el lema «Ya podemos». Búsquese por tanto aquí, en Andalucía, la raíz del lema de la victoria de Obama, búsquese también el antecedente del nombre de la novísima fuerza que ha sacudido el panorama político español. El cartel, y ese lema, dan sentido a la realidad andaluza, y a las dificultades para que Podemos entre aquí con la fuerza que lo ha hecho en Madrid, gobernada por el Partido Popular. No es sólo una larga gestión socialista de la política, es el peso de la memoria de la misma, que conforma ya una cultura. Esta memoria, esta cultura de izquierdas de Andalucía llevan en sí el poso de varias generaciones formadas al calor de la lucha por una autonomía no concedida sino conquistada, y de las políticas sociales y culturales y de desarrollo económico impulsadas junto al gobierno central de Felipe González y sostenidas luego pese a la presión de los gobiernos de signo contrario del Partido Popular.

La aparición de Podemos es una respuesta a la falta de cohesión social de nuestro país. Es un resultado de la exclusión que la crisis hace de sus ciudadanos por millones. Es socialmente la resultante matemática por los principios de la constitución española vulnerados de manera tácita por este gobierno.

Y lo que salva al socialismo andaluz, no es tanto la política como el gesto. Y no es tanto el gesto como la cultura.

Además de haber hecho a tiempo un relevo necesario -el acierto de Griñán, el hombre que amaba los discursos-, los gobiernos socialistas andaluces se han ganado a la gente por el gesto de estar con ella pese a las dificultades, una actitud más humilde del poder político, más cercano a quienes sufren las consecuencias de la crisis, más proclive a poder lograr de quienes sostienen la comunidad -hombres y mujeres, trabajadores, profesionales, empresarios, jóvenes, pensionistas y parados- los sacrificios extraordinarios que una situación así exige. Algo tan diferente, -tan necesario en una democracia azotada por la crisis- al gesto adusto de tantos líderes del gobierno del Partido Popular.

«Ya podemos» decía hace treinta y cinco años el gobierno andaluz de un presidente socialista maestro de los gestos -incluída su huelga de hambre-, adelantándose otros tantos al primer presidente negro de la historia estadounidense. Ese es el peso de la memoria democrática andaluza, lo que lleva descolocando al Partido Popular desde que trata de cambiarla, y lo que hace más difícil que cale aquí la nueva revolución política que representa a muchos jóvenes castigados por un sistema capitalista injusto, egoísta y caduco, y rebelados contra él.