Ya están tardando en pedir un debate. Muchos debates. Cuando llega una campaña electoral, y se avecinan dos, el que no sale como favorito pide un debate con el que gobierna. Es de manual: tratar de elevarse y empequeñecer al grande, ponerlo a su altura, bajarlo a su terreno: o sea, a un plató. Muchos de los que piden debates están deseando que no se les concedan: así se ahorran el trago y el que rehusa, queda de cobarde. Hay debates taurinos, filosóficos, encorsetados, a la americana, en bares, en televisiones, en aulas magnas. Debates con presentadores agresivos de turbio pasado y sonrisa dudosa y debates con moderador que sólo ha de dar las buenas noches, las gracias y medir los tiempos. En los debates siempre hay alguien que dice: aquí hemos venido a debatir. Todo participante en un debate (¿debatista, debatidor, debatiente?) que se precie ha de espetar al contendiente que no le interrumpa. Y llevar, si no un conejo en la chistera, sí un golpecito de efecto, tipo la niña de Rajoy, tipo crearemos 800.000 puestos de trabajo. O un ´váyase señor González´ o un ´eso no me lo dice en la calle´. Los debates son ahora paralelos: tienen lugar también y al mismo tiempo en las redes sociales. Hay quien sigue un debate, toma partido, enjuicia el resultado y hasta reparte carnés de ganador y perdedor sin haberlo visto. Los mejores entrenadores de participantes en debates son gentes que nunca participa en ellos. Los candidatos bajitos rehusan el atril. Pueden perder el debate en un atril y cerrar de ojos. Está bien visto no llevar papeles, pero no ir listo de papeles. Se debe mirar a la cámara pero dosificando el gesto si no se quiere parecer desafiante y dar la sensación de que apetece la lechuga o el bogavante que tenemos en el plato. Debate civilizado debería ser un oxímoron. Dos no debaten si uno no quiere aunque no está probado que un debate a tres funcione tan bien como funcionan algunos matrimonios compuestos por tres. Dar gato por liebre es disfrazar una sucesión de monólogos de debate. El español de a pie pide un plato de gambas u otra ronda de cañas o un trabajo para su yerno o que le toque la quiniela. Por eso no se ve reflejado en sus políticos. A un político le dicen que pida algo y va y pide un debate. El español de a pie ya lleva incorporado el debate: el lunes, en la oficina, sobre fútbol; el martes sobre la película del lunes y el sábado por la noche sobre las posibilidades de Podemos. Y en ese plan. El español común no celebra debates, tiene discusiones. Las parejas debaten/discuten si mar o montaña o si en casa de tus padres o en la de los míos. Paradójicamente, los debates bizantinos, pudiendo ser de Bizancio, no tienen nacionalidad. Un debate de béisbol. ´El Debate´ fue una mítica cabecera de la prensa española. Nombre delicioso. Nunca hubo un gran periódico que se llamara ´La tertulia´. Vayan a Youtoube y vean el mítico debate Vargas Llosa-Fujimori del 90. O el de Fraga y Carrillo hace seis años en TVE. Podría divertirse un rato, aunque eso habría que debatirlo.