Cuando se habla de la política y de los políticos para denostarlos, no se está hablando de verdaderos políticos. Con frecuencia se les identifica con representantes públicos y gestores del poder cuyo único discurso es un enfrentamiento con sus oponentes, y cuya materia prima es la discordia. En realidad eso es lo contrario del político, cuya función propia, y la que lo legitima, es urdir acuerdos, tender puentes, crear ámbitos de concordia donde reina la discordia, buscar el denominador común que hay siempre debajo de los numeradores distintos. Estos políticos, que hacen honor a la política verdadera, escasean cada vez más, y en pocos momentos de la historia de España como en este haría falta que los hubiera. El actual descrédito de la llamada clase política no viene sólo de sus errores, o de algunas tropelías, sino de la falta de capacidad para hacer el trabajo unitivo que les compete.