Brillar en una tertulia televisiva no es muy difícil. Un poco de labia y una imagen moderna y los televidentes aplaudirán a rabiar. Escribir una columna periodística como esta tampoco es muy complicado. Gobernar todo un país sí es un poco más complejo.

Quien no lo crea que le pregunte a Zapatero, que se pasó cuatro años intentando recomponer sus relaciones con Estados Unidos tras marcharse de Irak sin avisar a los yankees con un mínimo de educación, como hizo el resto de países que huyó del avispero asiático.

O a Francisco Alvarez-Cascos, el que fuera vicepresidente del Gobierno con Aznar, que apenas aguantó unos meses como presidente de Asturias, incapaz de pactar con nadie, tras ganar unas elecciones a los pocos meses de fundar un partido que se llamaba como él, FAC. Que nadie crea que el rápido auge de Podemos es algo único en la política. Cascos ya lo hizo hace ahora cuatro años y con el mismo lema: acabar con la casta. Pero, claro, una vez en el Gobierno, no vale con soltar bravatas. También hay que hacer cosas.

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, parece ser de esta opinión. Al menos es lo que se deduce de lo que dijo tras hablar por teléfono durante hora y media con el nuevo primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras: «No sabe de lo que habla. Es como un estudiante de medicina de primer año que ya quiere operar a corazón abierto».

Pero, por muy razonable que sea lo que dice Juncker, no vale de nada lamentarse con la inexperiencia y la falta de conocimientos de Tsipras. Eso es lo que hay y los líderes europeos tienen que arreglárselas para enseñarle. Para darle un cursillo acelerado sin que Grecia se hunda y arrastre con ella al resto de la eurozona. Como en las películas en las que el piloto del avión se muere y se pone a los mandos un pasajero que una vez estuvo de copiloto en una avioneta.

Con un poco de suerte los líderes europeos lograrán que Tsipras aterrice sin grandes daños. Motivos para el optimismo hay varios. Para empezar que Juncker habla de desconocimiento y no de ideología. Después, la cantidad de líderes que quieren dar un sopapo político a Merkel (aunque solo si es tan pequeño que no pueda poner en riesgo la estabilidad económica europea). Y, por último, que el griego parece que aprende rápido el lenguaje diplomático: ya considera un gran éxito político que la «troika» cambie de nombre, aunque siga siendo lo mismo (también abandonó la quita de la deuda, aceptó la continuidad de controles europeos a sus finanzas y asumió el 70 por ciento de las condiciones del hasta hace bien poco malvado rescate).

La alternativa es la salida de Grecia del euro, con un drástico empobrecimiento de sus ciudadanos. Ya no tendrían dinero europeo para pagar su reducidas pensiones o su depauperada sanidad, que ahora sí sufrirían recortes salvajes. Pero tampoco tendrían manera de pagar sus deudas al resto de los europeos. Y los países que aún están convalecientes (España, Portugal, Italia e Irlanda) volverían a estar en el ojo del huracán.