La calle está llena de vacíos. Las personas y las gentes, también. Hace un ratito, al levantarme, he pisado algo frágil que estaba en el suelo. Me he llevado la alegría de mi vida: era mi memoria, a la que tanto he echado de menos tantas veces. Está lozana, en perfecto estado de recuerdo, igual que yo al poco del encuentro. El reencuentro con mi memoria me ha emocionado, no lo niego, pero, sobre todo, me ha recompuesto. Ya durante el lavatorio y las abluciones matinales, me he dado cuenta de que me acuerdo de todo: de lo bueno, de lo malo y de lo tantas veces neutro. Es curioso, la memoria es como una gafa: si vas sin ella se te nubla el pasado, y las experiencias vividas se desdibujan y adoptan formas de «pasado inútil», que es una tontería, porque no hay ningún pasado inútil, y se vuelven borrosas hasta el punto de desaparecer completamente, como si nunca hubieran existido. Qué torpeza. Ahora, con mi memoria en mí, es como si de pronto hubiera recuperado la seguridad y el valor; tan es así que mientras escribo voy recordando cosas, como, por ejemplo, que tengo derecho a equivocarme; que una vez hice una maestría con la que aprendí a perdonarme, que hice otra maestría con la que aprendí que la acción es la madre de la vida y la inacción la madre de la muerte.

El reencuentro con mi memoria me ha hecho reparar en los inmensos vacíos que nos llenan, sobre todo a las ecúmenes que pasamos el día tan ocupadas en parecer que no encontramos hueco para ser. Para ver con claridad, la memoria es imprescindible, porque es la única capaz de descubrirnos cómo de acompañados estamos de gentes y personas llenas de apariencia y vacías de autenticidad. Miguelito, que es el Yorkshire de mi cuñada, las primeras veces que vio a otro perro en la televisión intentó comunicarse con él, moviéndole la cola y ladrándole; hasta lo buscaba por la parte trasera del televisor pretendiendo relacionarse y ejercer la acción, interactuando; con el tiempo supo que detrás del televisor no había perro alguno y dejó de buscarlo para siempre jamás. Está claro, Miguelito no ve la televisión desprovisto de memoria.

Nosotros, los racionales, divinamente imperfectos -sobre todo en temporadas electorales-, transidos de desmemoria, solemos repanchigarnos en las comparecencias de nuestros virtuosos gurús salvadores del honor, de la patria y del bolsillo, dejando abierta la puerta de nuestros vacíos para que ellos los preñen con promesas acerbas y vacuas, y con paraísos celestiales en los que siempre comparece el ahogo técnico, que es un ahogo cachondo. El ahogo técnico siempre actúa en nombre del bien común -que es el menos común de todos los bienes- y gusta de suicidar por asfixia a una parte de la tribu, que siempre es la misma. Los que sobreviven al ahogo técnico son siempre los mismos y se perpetúan en cuitas vacías de autenticidad y en promesas llenas de apariencias sin remordimiento, que son apariencias desasistidas de memoria. Los fervorines no son lo mismo desprovistos de memoria que asistidos por ella. Son como la noche y el día. La misma jaculatoria no tiene el mismo resultado para la ecúmene de los nudistas de memoria que para la ecúmene de los memoriosos.

Hoy he tenido una visión trascendental y he reparado en la importancia de la memoria y me he propuesto hacer una copia íntegra de la mía y depositarla en alguna nube internetiense, para poder recuperarla llegado el caso. Por cierto, aprovechando que la nube acaba de pasar por el folio, como el Pisuerga pasa por Valladolid:

Qué pena que en la actividad turística ninguno hayamos tenido nunca la idea de hacer una copia de la memoria de nuestros destinos y segmentos en alguna nube distinta de esa en la que hemos pasado tanto tiempo instalados nosotros, los turísticos. Una copia con periodicidad lustrosa, es decir, cada cinco años, es bien seguro que nos habría evitado algunas desmesuras que ahora se han vuelto cortapisas harto insalvables, y algunos brindis al sol ese que nunca brilla en los momentos oscuros, y tantísimas casquivanas alharacas por récords cumplidos y por consolidaciones en falso y por el destierro definitivo de la estacionalidad y por... ¡Jo, no me acuerdo de lo que quería escribir...!

Empiezo a temerme lo peor...