Desde hace medio siglo el europeo está hecho a tener cada día más protección del Estado, hasta formar una placenta llamada Estado del bienestar. Mientras Europa era una potencia económica mundial, que de un modo u otro podía imponer sus condiciones, podía también alimentar esa placenta. La aparición de nuevos grandes actores económicos que imponen sus propias reglas, unida a una precipitada globalización de los mercados, le ha ido achicando espacios a Europa, que para competir toma el camino de reducir el marsupio. La reducción del bienestar provoca el lógico malestar del europeo, que protesta airado y le quita la confianza a sus políticos, con lo cual éstos tampoco pueden hacer lo que creen que sería necesario para competir. En esos momentos de bloqueo a veces surgen de pronto nuevas soluciones en las que nadie había pensado, pero son también el caldo de cultivo de las quimeras.