La Liga ha recuperado los grandes duelos. El Barcelona está a un punto del Madrid y Messi está obteniendo mayores créditos para el próximo Balón de Oro que Cristiano. El Madrid gana sin entusiasmar y el Barcelona vuelve a hacer las delicias de su parroquia con el fútbol que impulsa Messi. Cristiano está triste como la princesa de los versos. ¿ Qué tendrá? es análisis complejo. Messi, que pareció en la cuesta abajo hace un par de meses, se ha revitalizado. El campeonato tiene de nuevo el duelo por el título y el combate por el Pichichi cuyo fin último es la Bota de Oro.

Cristiano está en fase de difícil definición. El público le silbó en el Bernabéu y ello le hizo mella. Tuvo actuación tan gris que hasta falló un gol a un palmo de la línea. Anduvo dubitativo. No se atrevió a encararse con los contrarios como es costumbre. Ni siquiera trató de enmendar constantemente las decisiones de árbitro como suele. La cena que organizó en casa ha tenido mala digestión en el ambiente madridista. La aparición de Florentino Pérez en Valdebebas ha sido interpretada de manera contradictoria. De puertas afuera, se dijo que trataba de animar a la plantilla. En el entorno se sabe que el presidente no es partidario de discursos acusatorios, pero en ocasiones como la actual pide responsabilidades.

Las lenguas de doble filo argumentan que al portugués no le ha favorecido su ruptura con la novia Irina Shayk. Se ha llenado de melancolía. De los grandes astros se pueden componer grandes teorías que, habitualmente, suelen acabar en cuanto llegan los goles. Lo cierto es que el prepotente Cristiano, que salió dándole brillo al escudo de Mundialito, dista mucho del que apareció en el Bernabéu contra el Deportivo.

En Madrid se sonríe con los pleitos que el Barça tiene a costa de los contratos de Neymar y los problemas de Messi con Hacienda. En Barcelona se sorprenden de que al Madrid le haya negado la remodelación de su estadio. Pero mientras en el Bernabéu aún se presume de liderato, en el Camp Nou se califica tal cuestión de problema transitorio, que será resuelto el día en que ambos se enfrenten en el partido de Liga que tiene pendiente. En Madrid crece la desconfianza hacia su equipo y en Barcelona se ha recuperado la euforia.

Luis Enrique puede presumir como entrenador de haber logrado la misma marca de once victorias consecutivas de Pep Guardiola en el mejor año barcelonista. El entrenador, que hace bien poco estaba emplazado y no se podía dar un euro por su continuidad, parece que ha encandilado el mundo azulgrana. Más que por los éxitos, por el juego que ha recuperado el conjunto. El fútbol azulgrana tiene de nuevo tintes de ingenio, de los que gustan en su casa. Sobre todo, porque el técnico ha sabido rectificar y ha dejado de ser implacable como pretendía. El madridista no convence. Ni siquiera en las rotundas victorias se pondera la calidad de su juego. Ancelotti también está en la picota y ello es preocupante porque se le prometía largo futuro y, ahora, va a tardar bien poco en comprobar que la sombra de Zidane es alargada.

La pugna entre Cristiano y Messi había quedado descartada. El portugués llevaba a su equipo en volandas y se hinchaba a marcar goles. El argentino había perdido su chispa ante el gol y la derrota infamante en Anoeta pareció que despejaba cualquier duda sobre los grandes duelos. Se había acabado el de los clubes y parecía imposible el de las grandes estrellas. Han cambiado los vientos.

Messi disputó el domingo su partido 300 con el Barça y lo hizo con una tripleta de goles que elevó la suma en esta función a los 289 y también ha roto un récord que aún estaba en poder del inolvidable Zarra. El duelo en la tabla de goleadores de esta temporada aún está en poder de Cristiano, mas la diferencia es sólo de dos dianas: 28-26.

Por un punto y dos goles hemos asegurado emociones fuertes.