Hubo miles, quizá millones, de personas que permanecieron de espaldas al Debate sobre el Estado de la Nación. Ciudadanos que salieron por la mañana de casa para trabajar, para buscar trabajo, o para dar patadas a las piedras, y volvieron por la noche completamente ajenos a lo sucedido en el Parlamento. Yo tomé un taxi cuya radio emitía música popular.

-¿No le interesa el Debate? -pregunté al conductor.

-No -dijo.

Callé unos segundos, esperando que desarrollara su «no», pero continuó tarareando el Corazón partío, de Alejandro Sanz, que salía de los altavoces.

-¿Por qué no? -me atreví a insistir.

-Si no le importa, espere a que acabe la canción, que me gusta mucho.

Terminada, me miró por el retrovisor y dijo que si yo quería me ponía el Debate.

-El cliente -añadió- siempre tiene la razón.

Me di cuenta de que había dado con un tipo difícil. Luego supe que se trataba de un asalariado que trabajaba para el dueño de la licencia, al que entregaba el 60% de lo que recaudaba. Vivía prácticamente dentro del taxi, donde al menos, me explicó, tenía la calefacción asegurada. ¿Y el debate? El debate, para él, era un capítulo más de la novela barata por entregas que nos viene sirviendo bipartidismo desde hace años. Solo servía para llenarnos la cabeza de pájaros. Me reveló entonces que el día anterior había llevado en su coche a un pez gordo que, un poco bebido, le explicó que hay contactos diarios entre los equipos del PP y del PSOE para preparar el pacto que llevarán a cabo tras las elecciones.

-Se dan duro en el Parlamento para disimular lo que hacen fuera de él -concluyó subiendo de nuevo el volumen de la radio, donde volvía a cantar Alejandro Sanz, No es lo mismo: «No es lo mismo ser que estar, estar que quedarse, ¡qué va!». La idea de vivir enganchado a una novela barata me desagradó, pero encendí mi pequeña radio de bolsillo y me puse los auriculares. Ahí estaba, en efecto, Rajoy diciendo lo de siempre.