Dios quiere nuestra felicidad. Lo sentencia el catecismo que vuelve a la educación pública. Contra la falta de ética y de moral, la espada flamígera de la fe. Es la única manera de que dejemos de ser almas descarriadas, ovejas disidentes del rebaño que custodia el pastor que gobierna Metrópolis. El país de Fritz Lang donde la precarizada clase media lleva una vida indigna en un gueto subterráneo para mantener el modo de vida de la élite dirigente que vive en la superficie, manipulando a la masa humana y practicando ritos medievales como la quema de brujas. No es ciencia ficción. Un informe de Oxfam Intermón, basado en fuentes tan poco sospechosas como el estudio sobre la riqueza mundial realizado por economistas de prestigio para Credit Suisse, destaca que en 2015 el número de personas con un patrimonio superior a 740.000 euros en nuestro país creció un 26% más que en 2013 y que, en el último año, las 20 personas más ricas incrementaron su fortuna en 15.450 millones de dólares. Son consecuencias de la crisis que se intentan presentar como lógicas pero en realidad son el resultado de una política al servicio de una élite muy determinada que ha primado el desmantelamiento del Estado del bienestar frente a un mejor reparto de la riqueza.

Desde hace meses esta oenegé, una de las que más datos aporta contra la desigualdad, mantiene una campaña a favor de una nueva política fiscal que exija a los que más poseen una mayor contribución. Y también acabar con las coartadas legales, orquestadas por la misma élite, que facilitan eludir el pago de tributos en los países en los que obtienen sus beneficios. Los ricos se han hecho más ricos, y a causa de ello se ha incrementado el número de pobres que son en su conjunto todavía más pobres que hace unos años. Sólo uno de cada tres ciudadanos ha escapado de la crisis, aunque marcado por alguna que otra herida. El resto sobrevive esclavizado en el mundo subterráneo o forma parte de los 103 mil parados más -cuya suma alcanza los 4.525.691-, de los 18 mil profesores o de los 30 mil profesionales sanitarios expulsados a la calle desde 2011. Estos tejidos necrosados del corazón de la realidad no latieron en el discurso del Gobierno en el Debate del Estado. Macroeconomía conductista, el viejo discurso de los reproches, insultos y bronca: la gimnasia del lenguaje político. Ninguna formación política transmitió ideas ni la credibilidad ni el fuste, imaginación y valentía que debemos exigirles a los políticos de los próximos gobiernos a la vuelta de la esquina. Tampoco Pablo Iglesias fue más allá de su golpe escénico con su Debate Off en el Círculo de Bellas Artes. El futuro continúa colapsado entre la mentira y la utopía.

El dogma de Rajoy es que Metrópolis no es la película de España. Así se explica que su negro intelectual y la santísima Trinidad le escribiesen un mesiánico discurso de satisfacción por habernos sacado de la crisis sin un desgarro social. Un amargo cáliz que su fe les permitió no rechazar. Y con un optimismo postizo quiso convencer a todos del lento deshielo de la crisis cuando lo cierto es que habitamos un paisaje de postguerra que durará unas cuantas décadas. Abrochó su milagro de Moisés, al final de la travesía del desierto, con la promesa de crear más de 500.000 empleos de calidad antes de que termine el año.

Estamos en campaña electoral y a la fabulación se le suma el desprecio hacia el adversario. La derecha, que ha dado tres pasos hacia atrás -recortar en educación para restaurar la religión como asignatura para la media académica, condenar la cultura al IVA y desmantelar la sanidad pública- para coger impulso, mostró su viejo talante democrático. La vicepresidenta del parlamento jugando con su tableta durante el Debate y un presidente espetándole a su oponente socialista "no vuelva usted aquí a hacer y a decir nada. Ha sido patético". Adán expulsado por Dios del Paraíso por atreverse a decir que Eva es una realidad que se desangra. Me da igual que luego venga en CIS a contarnos que la gente al otro lado del teléfono votó ganador a Pedro Sánchez, el joven Viriato del PSOE al que andan traicionando los suyos. Lo preocupante es que no cesa el desprestigio de la políticos, aunque se pongan las pilas ante el empuje de los partidos ciudadanos; que la justicia continúe sin actuar severamente contra la financiación ilegal y los ejecutivos Black de Caja Madrid y de la CAM. Que la corrupción sea el punto G de la política.

A Metrópolis, afectada por la erosión de las instituciones y el desgaste del sistema, acaban de llegar la carismática María, defensora de los trabajadores, y Freder, también dispuesto a derrocar la tiranía. Según la última encuesta publicada por el CIS, a pesar de que el Partido Popular ocupa el primer puesto en intención de voto (27,3%), la agrupación liderada por Pablo Iglesias obtendría un segundo puesto en las próximas generales con un 23,9 % y Pedro Sánchez quedaría tercero con un 22,2 %. Más atrás, Izquierda Unida accedería al cuarto puesto seguida de cerca por Ciudadanos. Un posible mapa sin mayoría absoluta que presagia un gobierno en minoría de Podemos, sobre el que seis personas de cada diez consideran que no están maduros para asumir la tarea, una coalición entre PP y PSOE, a la que es favorable un tercio de españoles, o un gobierno de pactos concretos entre cuatro fuerzas políticas. ¿Estamos preparados para estas opciones?

La incógnita de la respuesta depende de si los ciudadanos de Metrópolis optamos por el equilibrio entre razón, trabajo, igualdad y corazón. O si, como sucede en la Feria de ARCO, nos dejamos convencer de que un vaso de agua por la mitad es una obra de arte. El cáliz que transmuta la sangre en porvenir.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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