Algunos analistas reseñan una característica destacada de este convulso año electoral: el castigo a los viejos partidos viene acompañado de una sustitución por formaciones lideradas por políticos que suponen un cambio generacional (Pablo Iglesias nació en 1978; Albert Rivera, en 1979), respecto al grupo que lideró la transición y aún ocupa puestos de responsabilidad. Un ejemplo es el del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, próximo a cumplir sesenta años, que ya era diputado provincial en 1981, con 26. A diferencia de épocas anteriores, cuando la experiencia era considerada como algo positivo, se la empieza a asociar ahora como algo de la era precrisis: la del desarrollo autonómico, la del dinero fácil, la corrupción y la gran especulación inmobiliaria. Es decir: la del estado de cosas que ha llevado a la postcrisis actual, con un claro empeoramiento de las condiciones laborales y de bienestar, hasta el punto de que los menores de cincuenta años perciben que serán la primera generación en vivir peor de lo que lo hieron sus padres. Padres que han disfrutado de servicios sanitarios generosos, piso en propiedad, pensiones aseguradas y al alza, prejubilaciones con indemnizaciones sustanciosas...

Un mundo que no volverá y contra el que se revuelven muchos votantes, frente a aquellos que quieren mantener el statu quo (no sorprende que la mayor intención de voto a Partido Popular y PSOE se registre entre los mayores de sesenta y cinco años). La duda, de aquí a las elecciones del próximo mes de noviembre, radica en si los perjudicados (los nacidos entre 1960 y 1975) y los que aspiran al recambio generacional (1975-1995) votarán masivamente y si podrán articular coaliciones electorales coherentes para evitar la apuesta del sistema y los mercados (la gran coalición entre PP y PSOE).