Ya queda menos para el Festival de Cine Español de Málaga. Se agradece un poco de ficción en el intermedio de tanta realidad electoral; en la pausa entre dos elecciones. Eso sí, no nos vamos a librar en mucho tiempo de que cada candidato nos cuente su película. La vida es lo que nos ocurre mientras hacemos planes para ir al cine. Cada vez que entramos en una sala, el mundo interrumpe su devenir, colgamos en una estantería imaginaria nuestra propia realidad y entregamos la cuchara de la incredulidad a un director novel o laureado. Queremos historias de familias de barrio, de soldados en Irak, de ejecutivos que saben ruso, de pescadores ilustrados de Zahara, de epigramistas polacos o de latinistas de la NASA. Da igual. Vivir otras muertes. Otras vidas. Mujeres y hombres inalcanzables que parecen de nuestra propia familia y de los que sabemos casi todos los detalles íntimos y vitales. Lo que tratamos de expresar torpemente es aquello de Billy Wilder: si un individuo olvida que ha discutido con su jefe o que ha aparcado mal el coche, el cine habrá alcanzado su objetivo.

El cine no es un pedazo de vida, sino un trozo de pastel, dijo Hitchcock. Yo lo prefiero jugoso y grande con sabor a fruta en una tarde sabatina antes de ir al encuentro de la risa, el vino y los amigos. Para hablar de cine y libros, preferentemente. También de política.

La ciudad de Málaga florece durante el Festival y es sumamente agradable, tras adquirir unas camisas en Le promenade, estar tomando el primer aperitivo en el bar inglés de nuestro hotel favorito y atisbar a una joven estrella cinematográfica que firma autógrafos distraidamente mientras pide un bloody mary y contesta a un intrépido reporter que pregunta osado: ¿cuál es su próximo proyecto?

Ves actores por la calle y Larios parece un decorado. Los viejos aprenden qué significa photocall, los restaurantes denominan sus platos con nombres de películas o directores míticos, no por ello -en algún caso- dejando de servir humo con pretensiones y croquetas de la nada. Corren leyendas míticas de las fiestas nocturnas y las ojeras piden la autodeterminación. Hay una brega de acreditados que lucen en la pechera el cartelón que les franquea el paso a territorios que imaginamos ora prosaicos ora de leyenda. Le enseñamos al resto del mundo qué es una biznaga y se la entregamos de noble metal a los mejores. Con perdón de los que trabajan en él y dan lo mejor de sí mismos todo el año, el Festival debería durar dos meses. Una ciudad que genera cola en sus cines es una ciudad mejor y soñadora, la primera en el peligro de... la ficción. La ciudad se asoma a los telediarios y no es por el buen tiempo, un crimen, un mitin o una derrota futbolística. Rescatan una película ´maldita´ de Fernán Gómez, que si estuviera vivo y se enterara nos mandaría a la mierda. Pero él está vivo y no lo sabe. Anoche, en hora incierta de series de forenses, volví a ver ´El malvado Carabel´. no tiene remedio uno. Había que darse un festival.