Thomas Piketty (Clichy, Francia, 1971) es de los economistas que se quitan los manguitos y sale del cobijo de la cátedra universitaria y la fría teoría. La joven estrella de la economía no tiene problemas en que le pongan al lado al líder de los socialistas españoles, Pedro Sánchez, en conferencias ni le duelen prendas en elogiar propuestas de los nuevos diablos Iglesias y Tsipras. Así que no sorprende que las huestes neocon y ultraliberales afilen sus colmillos ahora que han detectado un amago de rectificación y marcha atrás en el gurú del progresismo. Han olido la sangre cuando Piketty ha realizado unas apreciaciones a su obra de referencia, El capital en el siglo XXI -publicada en Francia en 2013 y en España a final de 2014- en un artículo en la American Economic Review que estará en papel en su número de mayo pero que ya se puede leer en internet.

Puestos a confesar prejuicios, vaya por delante que el profesor francés tiene el mérito de haber puesto el dedo en la desigualdad del reparto de la riqueza, asunto poco abordado en las síntesis económicas, si bien uno tiende a observar con desconfianza a las estrellas de encendido acelerado, sean de la economía, la justicia o el show business.

La idea de éxito de Piketty se resume en la fórmula r > g, que quiere decir que el hecho de que el rendimiento del capital (r) sea mayor que el índice de crecimiento de una economía produce la desigualdad de la riqueza. Es decir, que si la retribución procedente del patrimonio (de las rentas acumuladas por los beneficios del pasado) es mayor que el crecimiento de la producción y los salarios, la desigualdad aumenta. En consecuencia, el empresario tiende a transformarse en rentista y, en acertada imagen de Jesús Mota, el pasado devora al porvenir.

Lo que ha hecho ahora el economista es admitir que la suya no es una fórmula mágica, que funciona bien para explicar por qué la concentración de riqueza fue tan alta durante los siglos XVIII y XIX y hasta la Primera Guerra Mundial, pero que durante el siglo XX existe una «muy inusual» combinación de elementos que transforman la relación entre r (rendimiento del capital) y g (crecimiento económico). Se refiere a los grandes shocks del capital entre 1914 y 1945 (cracks, nacionalizaciones, inflación) y al alto crecimiento durante el período de reconstrucción posterior. ¿Y en el siglo XXI, el título de su biblia? El economista dice que en el futuro algunas fuerzas pueden empujar a una mayor desigualdad de la riqueza, que se acerca ahora, según ha reiterado, a los niveles del siglo XIX. Cita como factores la ralentización del crecimiento de la población y el aumento de la competencia global para atraer capitales.

A Piketty, que da la impresión de actuar abrumado por el peso del éxito, hay que reconocerle la honestidad y la humildad para, en la cresta de la ola, admitir las limitaciones de su tesis y subrayar que lo importante es la «sustancial incerteza» sobre lo lejos que alcanzará la desigualdad de renta y riqueza en el siglo XXI. El profesor de la Paris School of Economics pide más transparencia financiera para poder adaptar las políticas a ese entorno cambiante. No obstante, sus matizaciones recientes parecen en ocasiones demasiado genéricas.

El gurú insiste, eso sí, en su posición contraria a un impuesto progresivo al consumo, ya que penaliza más a las rentas bajas y medias, en las que el porcentaje de los ingresos dedicado al consumo obligatorio (víveres, ropa, medicinas€) es mucho más elevado. Las tasas (progresivas) han de gravar, en su opinión, las ganancias del trabajo y la riqueza heredada, para la que propone sangrías de hasta el 50 y el 60% «o incluso más en los regímenes más altos». Se basa en «la experiencia histórica» de la influencia de este capital en el aumento de la desigualdad, pero surge la duda de si no supone ahogar el ahorro familiar. Piketti empieza a descubrir la fórmula del coste de la fama.