La hormiga alemana no para de ampliar y rellenar su granero. Y de acentuar un desequilibrio que menoscaba al conjunto de la Unión Europea (UE) y transgrede las reglas comunitarias: la combinación de la potencia exportadora del país y su rocosa apuesta por la austeridad, apenas maquillada con la entrada de los socialdemócratas en el Gobierno de la democristiana Ángela Merkel tras las elecciones de 2013, mantienen a Alemania como el país del mundo con mayor superávit en sus relaciones con el exterior (balanza por cuenta corriente, diferencia entre ingresos y pagos).

El superávit de Alemania es a la vez el déficit de otros, ha mantenido el tipo de cambio del euro en niveles contraindicados para los demás países (hasta la reciente intervención del BCE) y refleja además la aversión de Berlín a tomar decisiones domésticas que, según una extendida opinión de economistas, contribuirían a dinamizar su propia prosperidad y la de sus socios europeos.

Alemania es uno de los países desarrollados que menor proporción de su producto interior bruto (PIB) dedica a la inversión pública. Sus infraestructuras se resienten de ello. Como ha escrito el economista Ángel Ubide, citando un estudio estadounidense, «el 40% de los puentes alemanes están en estado crítico».

La hormiga alemana ahorra mucho e invierte poco. Más allá de consideraciones sobre diferencias culturales y morales entre el Norte y el Sur, los gobernantes, en sintonía con lo que piensa una mayoría de ciudadanos, particularmente los que se acercan a la jubilación, defienden su modelo de política fiscal restrictiva y también de moderación salarial como un plan de previsión ante los acontecimientos demográficos que vienen. Alemania camina aceleradamente hacia desafíos como la llegada a la jubilación de las generaciones del «baby boom», que pondrán a prueba los sistemas de bienestar social en toda Europa, y hacia una caída de la población que, de producirse en las dimensiones previstas, dañaría severamente la capacidad de crecimiento del país.

Berlín mira hacia ese punto del futuro y ahorra, con el respaldo de una mayoría electoral en edad madura y que mira hacia su pensión. Y desoye los llamamientos a elevar la inversión pública productiva aprovechando el excepcional escenario de tipos de interés -los inversores pagan a Alemania por prestarle dinero hasta a siete años- y a estimular su demanda interna para que su crecimiento sea mayor y más equilibrado, de modo que lo sea también el del resto de la eurozona, destino del 40% de las exportaciones alemanas.

Frente a las críticas, el Gobierno de Merkel puede esgrimir que la tasa de paro está por debajo del 5%, aunque ese triunfo estadístico se sustente a menudo, asegura una corriente crítica de expertos, en empleos precarios, poco productivos y con salarios bajos. La hormiga alemana ahorra y a su alrededor crece la desigualdad en un país con pleno empleo.