En las mismas páginas de sociedad, los periódicos daban ayer las noticias de la restitución a Franco por la Academia de la Historia de su título legítimo de dictador y de la restitución al brontosaurio de su identidad, nombre incluido, que le negaban los círculos académicos de prehistoriadores. Son dos buenas noticias, en el segundo caso porque con el brontosaurio pasamos a tener un nuevo pariente lejano, como cuando descubrimos un tío bisabuelo del que nadie quería saber, y en el primero porque si Franco no era dictador nuestro pasado se volvía enigmático, al no saber quién nos dictaba entonces, cuando éramos jóvenes, lo que se podía leer, lo que se podía hacer, lo que debían decir las leyes, lo que se podía decir en la prensa, si podía uno salir al extranjero o no, si nos podíamos reunir o asociar y hasta cómo era la historia de España que la Academia de la Historia podía contarnos.