Era como el poema de T.S. Eliot, el de la tierra baldía. Para el poeta era abril un mes triste. «Abril es el mes más cruel, criando lilas en la tierra sin vida, mezclando el recuerdo y el deseo, dando vida a las raíces inertes con la lluvia de la primavera». Quizás por ser el primero de abril el día dedicado a los inocentes, no necesariamente santos, en no pocos países de Europa y de América. April fool! le suelen llamar a la víctima de la inocentada. Tonto de abril. Es el equivalente, algo más afilado, de nuestro 28 de diciembre.

En Marbella nadie sospechaba que el primero de abril de este año traería cola. Esta muy querida ciudad, todavía víctima de los cleptócratas gilistas, se despertó como si aquella luminosa mañana fuese la de un Miércoles Santo normal. Como suele ocurrir, un brillante y veterano periodista pudo ver más lejos que los demás. Me imagino que reaccionaría como aquellos astrónomos, Dillon y Dellinger, cuando observaron fascinados la entrada de un asteroide desconocido en el campo de visión de su telescopio. Intento imaginar aquella escena, fruto de la invitación a la inauguración de una faraónica oficina inmobiliaria en el famoso Puerto Banús. El túnel del tiempo estaba en pleno funcionamiento. Jesús Gil Marín, uno de los herederos e hijo primogénito del exalcalde marbellí, Jesús Gil, hacía de mayestático anfitrión. Los representantes del gobierno actual de una Marbella supuestamente redimida hacían de cortesanos obsequiosos. Fue un «revival» inquietante. Entresacado de tiempos que para muchos de los que no estaban allí fueron sencillamente vergonzosos, además de siniestros.

Los ediles olvidaron que su ayuntamiento intenta recuperar de los anfitriones de aquel acto los más de 100 millones de euros que (según el Tribunal de Cuentas) deben a ese esquilmado ayuntamiento e indirectamente a los sufridos vecinos de ese pueblo. Me imagino que algunos de los invitados quizás se dieron cuenta (ya demasiado tarde) de que el incalculable daño moral y económico infligido a esa ciudad, otrora alegre y demasiado confiada, no se merecía aquello.

Cito con respeto y tristeza al maestro de maestros, Félix Bayón. En este día de hoy, muy cercano al aniversario de su fallecimiento en esa Marbella por la que tanto se entregó, siempre en limpia lucha, en santa y valiente indignación. Lo publicó en un artículo glorioso, como eran todos los suyos («Yo sobreviví a Gil» El País, 14-IV-2002): «Es imposible huir del gilismo. Aunque le lluevan las condenas, Gil ha terminado imponiéndose. Ha ganado. Hay que reconocerlo».