Ni les he votado desde que nacieron, ni tiene pinta de que vaya a poder hacerlo en las próximas elecciones, tanto locales como generales. De las mayores consecuencias políticas que han tenido las elecciones andaluzas ha sido el desbarajuste organizado en el epicentro de UPyD, con réplicas en distintos centro territoriales de la formación que encabeza Rosa Díez y de la que está saliendo gente escopetada al grito de «mar... el último», con perdón, o «el último en salir que cierre». Desde Jaén a Aragón, desde Valencia a Asturias, la formación rosa de Rosa pierde militantes y candidatos a cada minuto que pasa y está por ver en qué situación estará el partido en noviembre o -y esto es una apuesta personal- el 24 de mayo, cuando me da en la nariz que vamos a tener una papeleta menos que elegir en las elecciones municipales. La marcha de Toni Cantó fue, parece, la excusa perfecta para que se iniciase esta diáspora que tiene su germen en el avance de Ciudadanos. Ayer mismo Rosa Díez, cuya gestión de la campaña electoral en Andalucía ha sido criticada por muchos ángulos de su formación -ha estado más tiempo en Málaga que la estatua de Picasso en La Merced, la verdad-, acusaba a algunos compañeros suyos de hacer campaña dentro de UPyD para arrimarse a Naranjito... -a Albert Rivera, perdónenme de nuevo- que es lo que ahora está de moda. Y cuando parecía que todos los dedos señalaban a Díez como responsable del jaleo, Maite Pagazaurtundua, eurodiputada y miembro del Consejo de Dirección del partido, va y afirma que el problema no es tanto Rosa Díez, como que «el partido internamente está muy vivo en sus debates». Un empacho de democracia, vamos.

Al ritmo de dimisiones, expulsiones y comisiones gestoras contrarias a la dirección general que llevamos, puede que para mediados de la semana que viene en el partido no quede ni la D de Democracia. Desde luego, la U de Unión ya no se ve por ningún lado.